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domingo, 16 de marzo de 2025

TOMÁS DE AQUINO: SANTO PATRÓN DE LOS PROXENETAS

Una lectura crítica sobre las contradicciones entre la veneración y las ideas, entre el dogma y la doble moral.

 

Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, figura canónica de la filosofía escolástica, arquitecto de la síntesis entre fe y razón, ha sido considerado durante siglos un faro intelectual para el pensamiento cristiano. Y no vengo a cuestionar si fue tan brillante o no. Profundo conocedor de Aristóteles, la lógica, la metafísica y la teología. Un hombre que sabía mucho de muchas cosas. Menos de mujeres, de amor y de sexo. De eso no sabía mucho, pero escribió igual.

Lo interesante es que no hace falta desmontar sus argumentos con perspectiva moderna ni señalar cada contradicción como si estuviéramos en un debate escolar. Basta con leer lo que dijo y tomarlo en serio, lo cual, paradójicamente, es lo que menos hace la Iglesia cuando celebra su legado. ¿Cómo conciliar su título de “Doctor Angélico” con afirmaciones como que la mujer es un varón defectuoso? ¿O que los burdeles son necesarios para que la sociedad no se corrompa… más?

Sí, el bueno de Tomás pensaba —y lo escribió sin miedo— que la mujer fue creada no como fin principal, sino como ayuda para la reproducción, porque para todo lo demás ya estaba el varón. En su famosa Summa Theologiae, nos regala perlas como esta: “La mujer es un hombre fallido, un error de la naturaleza, producido por una virtud activa defectuosa o por un estado enfermizo del semen paterno.

Esta afirmación, que hoy en día parecería escrita por un adolescente con acceso a foros misóginos, ha sido, y es,  leída durante siglos en claustros académicos con el ceño fruncido de la veneración. ¿En serio? ¿A ningún Papa se le ha ocurrido todavía bajarlo del pedestal? ¿Arrancarle aunque sea un rayito de luz a su corona de santo?

Y no todo es biología medieval disfrazada de dogma eterno. Volviendo a los prostíbulos: Tomás defendía que era preferible que los hombres descargaran sus impulsos sexuales en prostíbulos antes que alterar el orden social. En resumen: mejor pecar con método que provocar el caos. En su lógica, el prostíbulo era comparable a las alcantarillas de una ciudad. Cito: “Quita los burdeles de la sociedad y agitarás todo con la lujuria.”

Una teología de la represión canalizada. Prostitución como instrumento de estabilidad social. Qué bonito. Qué gran chico. ¿Cuántas veces habrán hecho —y siguen haciendo— las autoridades la vista gorda a la prostitución gracias (o por culpa) de esta visión tan perversa?

Lo fascinante —y perturbador— es que estas ideas no son un desliz de época que podemos archivar con un “era otro tiempo”. Fueron y son parte constitutiva de la visión teológica que se ha usado para justificar siglos de subordinación femenina. No se trataba solo de una opinión: era doctrina. Y no cualquier doctrina, sino la de uno de los pensadores más influyentes de la Iglesia, cuya obra sigue siendo material obligatorio en seminarios y universidades.

Cuando los actuales paladines del “orden natural” citan a Tomás de Aquino para defender verdades inmutables sobre el sexo o el género, una no puede evitar preguntarse: ¿se han leído bien a su maestro? ¿O solo les gusta usar su nombre como espada de autoridad cuando les conviene? ¿Tienen hermanas? ¿Hijas? ¿Madres? Doy por hecho que sí, porque todos tenemos la nuestra.

Porque claro, si vamos a aplicar la lógica tomista con coherencia, habría que aceptar también que las mujeres son biológicamente inferiores, que su papel es secundario en la historia de la salvación, y que para preservar la virtud masculina es razonable mantener abiertos ciertos canales institucionalizados de pecado. ¿Esto es lo que queremos mantener como fundamento moral? ¿No se parece demasiado a lo que hacen algunos tapando a las mujeres de arriba a abajo para que no molesten ni tienten a los santos varones?

La figura de Tomás de Aquino debería ser estudiada con todo el rigor que merece, sí, pero también con un pensamiento un poquito más crítico, como exige cualquier lectura contemporánea. No es un tótem incuestionable, sino lo que fue: un pensador de su tiempo, con notables aportes en algunos campos y errores monumentales en otros. Especialmente cuando hablaba de mujeres.

Sería interesante preguntarle —si el cielo tiene buzón de quejas— si alguna vez pensó que sus palabras serían usadas siglos después para defender la prostitución como un trabajo cualquiera, o para capitalizar los vientres subrogados, mientras se ignoran sus ideas sobre que el útero es un horno defectuoso.

¿Fue Tomás un genio? Lo dudo. La verdadera genialidad, para mí, siempre está más cerca del bien de lo que Aquino nunca llegó. Ese BIEN mayor con todas las letras mayúsculas que sin ñoñerías ni sensiblería barata nos saca sonrisas y gratitud del alma. ¿Fue un misógino de manual? Eso seguro. Como los ilustrados y otros "grandes hombres" que tanto daño han hecho. Tal vez incluso, podría ser un homosexual metido en su armario, como tantos misóginos resentidos han resultado ser. Todas esas dudas se quedan sin respuesta, pero lo que sí me parece claro es que si seguimos citándolo sin contexto, sin crítica y sin conciencia, lo que estamos haciendo no es filosofía ni teología, sino simplemente doble o triple moral al servicio de una narrativa que nunca debió sostenerse. Posiblemente habría que revisar urgentemente y con lupa el ranking mundial de santos, porque hay algunos puestos que no se entienden y el de Aquino no debe ser el único. En su caso, como en otros, hay más lobby que méritos.

Y cuando escuches a alguien citar al patrón de los lupanares como figura de autoridad moral...pemítete el derecho de poner en duda los argumentos de alguien que defiende lo indefendible, sabiéndolo o no.

 

Isabel Salas

viernes, 28 de febrero de 2025

LA PROSTITUCIÓN NO ES UN TRABAJO

Decir que la prostitución es un trabajo es como decir que vender un órgano es una transacción comercial voluntaria. Total, uno tiene dos riñones y puede “elegir” deshacerse de uno para pagar el alquiler.

 

La única forma de defender la prostitución como “trabajo” es aceptar una visión mutilada del ser humano. No hay otra. Para que tenga sentido hablar de “trabajo sexual”, hay que aceptar que es posible que una persona se fragmente en pedazos: el cuerpo por un lado, la voluntad por otro, el deseo tirado al cubo de la basura, la mente en un spa, el asco distraído, el miedo adormecido y la vergüenza anestesiada.

Como si uno pudiera convertir los genitales en herramienta sin tocar la psique. Como si fuera posible ofrecer el cuerpo sin que eso tenga consecuencias en lo que somos. Como si se pudieran sentir las manos y las babas de un extraño en la propia piel sin sentir repugnancia. Spoiler: no se puede. El cuerpo somos nosotros. No tocan nuestro cuerpo, nos tocan.

Cuando nos golpean, decimos “me han pegado”, no “han dañado mi cuerpo”. Y eso por sí mismo desmonta la narrativa absurda de que el cuerpo puede separarse del sujeto, y ser analizado aparte como si uno fuera el chófer y el otro el coche. No. Es uno. Es unidad.

La mayoría de culturas, filosofías y religiones —desde los griegos hasta los derechos humanos— tienen una idea en común: que las personas no son cosas. Que no somos solo piel, carne o hueso. Somos unidad. Cuerpo, mente, voluntad, identidad. Incluso quienes niegan el alma entienden que la dignidad humana no depende de lo que vendes, sino de lo que no debería poder comprarse. 

Sin embargo cuando hablamos de prostitución, todo eso se suspende. Se permite, de pronto, pensar que hay gente que puede alquilarse por horas sin dejar de ser persona. Gente que puede ser penetrada como servicio y salir ilesa. Hay un nivel de disociación brutal cuando se debate este tema.

Y encima los defensores de la prostitución como trabajo hablan de “libertad”. Esto supera pulpo como animal de compañía cuando jugamos al trivial, es aceptar que ser rehén es una forma de alojamiento temporal. Hay comida y techo, no hay diferencia con el Airbnb. Pero no es un juego, es la vida.

Los defensores del “trabajo sexual” también saben que el cuerpo no es un objeto ajeno, es la persona misma. Y si eso es cierto para ellos, ¿por qué no lo sería para una mujer prostituida?

No, no es “uso del cuerpo” como el de un atleta o un albañil. Un deportista usa su fuerza. Un obrero transforma el entorno. Una mujer prostituida no transforma nada. Es transformada. Se adapta al ritmo, al deseo, al humor del otro. Actúa. Finge. Se desconecta para aguantar, como cualquier mujer sometida a una relación indeseada, y la disociación emocional no es empoderamiento. Es trauma. Es la forma en que la mente se protege cuando no puede salir corriendo.

El argumento de la libertad también es una trampa. Porque hay libertades que no se celebran, se lamentan. ¿Alguien aplaude la libertad de vender un órgano para pagar el alquiler? ¿O la de alquilar el útero por miseria? Claro que no. Sabemos que la necesidad no es sinónimo de elección. Sabemos que hay contextos donde el consentimiento se parece demasiado a la rendición.

No se puede hablar de “trabajo sexual” sin aceptar que, para ciertos cuerpos, la categoría de persona es opcional. Que hay seres humanos que pueden desconectarse como si fueran máquinas, fingir placer como si fuera técnica, ceder su carne como si fuera intercambiable. Y que eso  deja marcas en la autoestima, en la memoria, en el deseo, en la salud física y mental y en la auto percepción.

No hay forma de vivir una penetración forzada o un manoseo por dinero como si fuera una jornada laboral. No somos una máquina dividida: genitales que se alquilan, emociones que se desconectan, dignidad que se suspende.

Decir que la prostitución es trabajo es pretender que el dolor puede sindicalizarse. Que la entrega física puede reglamentarse sin volverse explotación. Que se puede simular placer sin erosionar el propio deseo. Que se puede prestar el cuerpo sin hipotecar el alma y la mente.

No, la prostitución no es trabajo. Es desprecio a la mujer en su conjunto, pero un desprecio con recibo. Es la renuncia forzada a la libertad más básica: no ser tratada como cosa.

Y eso lo entiende cualquiera, por instinto moral, sin necesidad de teoría política. La ilusión de que el consentimiento, en un contexto de vulnerabilidad, equivale a libertad real es una burla a la razón y a la ética.

Ni voy a hablar hoy de los usuarios de las prostitutas, ellos ni siquiera merecen compartir con ellas estos párrafos. 

 

Isabel Salas 

COMPRA VERDE Y REZA EN SILENCIO

Vivimos en una época muy peculiar: la del capitalismo con cara de conciencia. Y la conciencia, como la paloma que soltó Moisés después del...