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viernes, 23 de mayo de 2025

FEMINISMOS Y MADRES

Entre tantos feminismos, ¿Cuál es el que se ocupa de las madres?


 

Desde que alguien usó la palabra “feminismo” de forma oficial —o desde que una mujer se atrevió a decir “esto no es justo” y fue ignorada, como es habitual—, el mundo ha ido cambiando. Muchas mujeres (en unos cuantos países) han ganado "derechos", acceso y espacios. Es eso, en unos cuantos países, las mujeres pueden votar, tener una cuenta bancaria, estudiar y hasta divorciarse. Podemos —y me incluyo—, al menos en ciertos lugares del mundo, vivir con una mínima autonomía. Pero en ese avance indiscutible también se han dejado cosas atrás. El feminismo no es, ni ha sido nunca, un bloque homogéneo. Las mujeres que piensan —las que de verdad piensan, no las que repiten eslóganes— no pueden estar todas de acuerdo. Y eso es un síntoma de vida. Pero también hay silencios que ya no pueden seguir disfrazándose de estrategia o de respeto a la diversidad. Hay temas incómodos, olvidados, deliberadamente omitidos. Uno de ellos es la figura de la madre.

No la madre idealizada por la cultura patriarcal, la que sirve de pedestal para que los hombres se declaren hijos ejemplares o esa otra a través de la cual ellos tienen hijos. Tampoco la madre mártir, abnegada y santificada a fuerza de sufrimiento. Hablo de la madre real. La que cría con o sin pareja, con o sin trabajo fuera de casa, con deseo o incluso sin haberlo planeado. La que se equivoca y paga las consecuencias, la que gasta su salud, la que ama como se ama desde las entrañas. La que siente que se le enciende una lámpara cuando su hijo la mira desde el pecho. La que aplaude cada logro, por mínimo que sea. La que hace fotos con el alma mientras sus hijos juegan. La que intercambia fórmulas con otras madres para dormir mejor, descansar un poco más, calmar un llanto, matar piojos o espantar miedos. Esa que se busca en el espejo y ya no es la misma, porque la maternidad transforma la carne, la mente y la vida entera. Esa madre que ama, que cría, que ve y que, precisamente por eso, molesta a todos los discursos. Porque no encaja ni como ídolo ni como víctima. Porque tiene cuerpo, tiene voz y tiene memoria.

Porque los feminismos —en muchas de sus versiones dominantes— han desarrollado su relato a pesar de la maternidad. La autonomía ha sido glorificada, el vínculo ha sido silenciado. Ser madre es, en muchos círculos feministas, visto como un problema, un obstáculo, una regresión. Se lucha por poder abortar, pero no por poder parir bien. Se exige decidir no tener hijos, pero se ignora a quienes deciden tenerlos sin las condiciones ideales. El trabajo de cuidados sigue sin valor económico ni político. Criar no cotiza, no asciende, no da prestigio. Ser madre no es lo bastante empoderador, a menos que se haga con suficiente estilo para venderlo como éxito personal. Es más fácil celebrar a la mujer que rompe el techo de cristal que a la que cría sola con dos trabajos precarios y sin red de apoyo.

En el feminismo de consumo, el empoderamiento se mide en productos: carriolas de diseño, cursos de mindfulness para bebés, libros de autoayuda con portadas en tonos pastel. Si puedes pagar por la validación, entonces tu maternidad es válida. Si no, arréglatelas. Las políticas públicas siguen tratando el cuidado infantil como un favor, no como una obligación del Estado. Guarderías, licencias, apoyo posparto... son parches que dependen del gobierno de turno; no hay estructuras garantizadas. Y cuando una madre necesita ayuda concreta, la famosa sororidad se disuelve en discursos vagos, teoría académica y cursos de pretendido empoderamiento donde a la psicóloga correspondiente se le paga con fondos públicos, y a la madre la toman por retardada mental y la mandan a su casa sin un pañal de regalo siquiera.

Repito: las madres pobres, solas, racializadas, son vistas como casos sociales y no como sujetos políticos. Y esto no es grave, es gravísimo, porque cuando un juez, un asistente social o una psicóloga decide que una casa con goteras o una crisis emocional equivale a “ambiente inadecuado”, se activa una maquinaria que arranca niños de sus madres sin juicio real, sin defensa y sin compasión. A veces, el único delito es ser pobre. El feminismo institucional, salvo excepciones, brilla por su ausencia en esos juzgados. No hay paneles, no hay campañas, no hay trending topics. ¿Por qué? Porque no queda bien. Porque no suma likes. Porque defender a una madre pobre que grita no es útil ni sexy.

Y luego están los vientres de alquiler. El relato hegemónico dice: “Ella lo hace por voluntad propia”. Pero nadie explica por qué esa voluntad casi siempre nace de la necesidad. Se transforma la gestación en un servicio y al bebé en un producto entregado al deseo adulto. La mujer que gesta no es madre, dicen, solo “vehículo”. Y parte del feminismo calla. O peor, justifica. Como si criticar la mercantilización del cuerpo femenino fuera conservador. Como si decir “esto le duele al bebé” fuera retrógrado. Como si toda elección fuera libre solo porque alguien firmó un contrato. ¿Desde cuándo el consentimiento firmado bajo precariedad es emancipador? ¿Y quién se preocupa de ese hijo que estará semanas esperando escuchar el corazón de su madre? Parece que casi nadie.

La madre es quien gesta. Si tú no sabes, los niños sí. Ellos saben quién es su madre. Conocen la voz de quien los llevó en su vientre.

Lo mismo ocurre con las niñas madres. En muchos países se permite que una niña se case con el consentimiento de sus padres. Es decir, se legaliza el abuso. Y cuando esa niña queda embarazada, su maternidad no se menciona. Se convierte en estadística. Y el feminismo global, demasiado ocupado en no parecer imperialista, guarda silencio para no “imponer valores occidentales”. No vaya a ser que denunciar la pederastia se confunda con colonialismo moral. Mientras tanto, esas niñas paren en silencio y quedan fuera del relato.

La violencia obstétrica es otro punto que sigue siendo ignorado por los discursos que critican al patriarcado pero no al médico (hombre o mujer) con ego de dios que grita “¡puja!” como si estuviera dirigiendo un reality. Y las madres con hijos con discapacidad, o con enfermedades crónicas, o con necesidades especiales, viven fuera de toda agenda. Nadie las incluye en los debates sobre salud mental, ni en las estadísticas de carga de cuidados. No tienen hashtag.

El mito de la supermujer, esa que lo puede todo sin despeinarse, ha hecho más daño que muchos enemigos declarados. Se espera que trabajes como si no tuvieras hijos y que críes como si no tuvieras trabajo. Que emprendas. Que medites. Que publiques tu experiencia con filtro y branding. Pero la maternidad real no cabe en Instagram. No vende.

El aborto legal, seguro y gratuito puede ser considerado una conquista necesaria para algunas mujeres, pero no puede ser la única conversación sobre maternidad. No puede ser que el mensaje sea: “si decidiste tenerlo, ahora arréglate sola”. No puede ser que las mujeres madres se conviertan en una sombra incómoda, y casi ilegal, para campañas que prefieren hablar de “personas gestantes” y no de hembras paridas concretas, con cuerpos, necesidades e historias. No puede ser que defender el derecho a no ser madre sea progresista, pero defender el derecho a serlo bien, con apoyo y con dignidad, sea considerado conservador.

No se trata de atacar a los feminismos. Se trata de exigirles que miren más lejos. Que las feministas de salón se saquen las gafas de clase, de estética y de academia. Que entiendan que sin madres no hay futuro. Que no somos el daño colateral de la emancipación, ni la consecuencia inevitable de un mal cálculo anticonceptivo. Que no somos ángeles, ni monstruos, ni mártires. Somos mujeres. Sujetos políticos. Y estamos hartas de no estar invitadas a la conversación.

El feminismo que no sabe mirar a las mujeres que hemos parido no es incompleto: es cómodo. Y la comodidad nunca ha sido revolucionaria.


Isabel Salas



domingo, 27 de octubre de 2024

¿QUIÉN MATA MÁS? LA PREGUNTA EQUIVOCADA

Violencia, sexo y falacias: por qué el aborto no es comparable al asesinato.

 


Cuando se ponen sobre la mesa los datos concretos de homicidios anuales y se evidencia que, de cada 100 asesinatos, más de 90 son cometidos por varones, no tarda en activarse la reacción de los sectores machistas. Una de sus respuestas típicas consiste en apelar a una falsa equivalencia: incluir el aborto en las estadísticas de homicidios con el objetivo de desviar la atención. De ese modo, frente a los aproximadamente 380.000 asesinatos que cada año cometen algunos hombres en todo el mundo, colocan los millones de abortos legales e ilegales como si fueran homicidios cometidos por mujeres. La maniobra es clara: trasladar a las mujeres la carga de una supuesta violencia mayor para afirmar que, en realidad, ellas matan más que los hombres. Una falacia retórica envuelta en cinismo moral.

Vamos a desmontar esa falacia y a mostrar, con datos y razonamiento, por qué cada interrupción voluntaria del embarazo involucra a múltiples actores —médicos, legisladores, instituciones sanitarias, marcos legales— y no puede reducirse a una acción individual atribuible exclusivamente a la mujer que decide interrumpir su gestación.

La falacia de falsa equivalencia consiste en presentar como comparables dos hechos, conceptos o situaciones que difieren en aspectos fundamentales. Se fuerza una apariencia de equivalencia para descalificar un argumento contrario o inflar la validez del propio, aunque la comparación no se sostenga ni desde lo lógico ni desde lo empírico.

Pongamos un ejemplo simple: "No reciclar latas es tan dañino como verter residuos tóxicos en un río". Ambas acciones afectan al medio ambiente, pero su impacto es distinto. Esta comparación omite el contexto, selecciona atributos de forma sesgada y generaliza indebidamente. Se igualan cosas que no se parecen, se omiten variables clave, y se manipula la percepción pública.

Aplicado al aborto, la falacia es evidente. Ni el marco jurídico ni los actores involucrados son comparables entre los abortos y los homicidios, salvo en un punto: se produce una muerte. Pero esa coincidencia no basta para equiparar ambos casos. La comparación se desmorona en cuanto se contextualiza.

Controlar el embarazo ha sido una herramienta de poder patriarcal. Quien controla la natalidad, controla el mundo. Y controlar la natalidad pasa por controlar a las mujeres: las que gestan, paren y crían (si se les permite).

Señalar a la mujer que aborta como única culpable es una simplificación tramposa que omite la red de corresponsabilidad social, médica, legal y económica que rodea esa decisión. El aborto no es un acto unilateral. Es una decisión condicionada por factores múltiples.

A esto se suman padres, madres, amistades, entornos laborales, edad, salud mental y física, situación económica, nivel educativo. Y también estructuras institucionales: parlamentos, gobiernos, protocolos sanitarios, objeción de conciencia, servicios sociales, jueces. La mujer nunca actúa en soledad. Su voluntad se expresa dentro de un marco colectivo.

Reducir todo eso al titular “las mujeres matan más que los hombres” es una mentira disfrazada de argumento moral.

Resulta absurdo que un hombre que nunca asumirá las consecuencias físicas ni sociales de un embarazo no deseado, ni la carga real de una crianza en soledad, se postule como juez del útero ajeno. Algunos incluso presumen de no haber usado condón o de nunca haber echado a una pareja embarazada, mientras defienden "valores pro-vida" desde la comodidad de un micrófono.

La paradoja es esta: existe un interés histórico en impedir el control pleno de las mujeres sobre su fertilidad. Porque quien controla la natalidad, controla la vida. Y eso incluye controlar a las mujeres: las que gestan, paren y crían.

Los llamados "pro-vida" son, en realidad, defensores del parto obligatorio. Su discurso se detiene en el nacimiento, pero no asume responsabilidades sobre la crianza ni las redes de apoyo. A la vez, quienes promueven los vientres de alquiler o la adopción masiva también dependen de mujeres dispuestas o forzadas a entregar a sus hijos. En ambos casos, los niños son tratados como objetos.

La alternativa emancipadora es la libertad plena de maternidad: que cada mujer decida cuándo y cómo ser madre, sin coacción religiosa, política o económica, y con respaldo real. Solo cuando los hijos son deseados, el patriarcado empieza a temblar.

Durante la gestación, madre e hijo construyen un vínculo único. Al nacer, el contacto piel con piel regula funciones vitales y fortalece el apego. Romper ese proceso no es neutro. Es traumático, y moviliza estructuras legales, sanitarias y afectivas.

En vez de condenar a las mujeres que abortan,  deberíamos empeñarnos en destruir las condiciones que las empujan a esa disyuntiva. Solo así podrá tener sentido el lema "nosotras decidimos". Solo así la maternidad será una elección libre y sostenida por una estructura social justa.

Incluso si alguien defendiera la comparación aborto-homicidio con argumentos lógicamente consistentes, el desenlace moral no sería indiferente. Cuando ambas posturas son racionales, el criterio definitorio es la moral.

La postura moralmente superior es la que: Respeta la dignidad de las mujeres, reconoce la complejidad social del aborto, protege a los vulnerables sin imponer culpa y sostiene coherencia entre fines y medios.

En un escenario donde la lógica permite defender ambas posiciones, vence quien ofrece un marco más justo, humano y respetuoso con la vida real.

Y no olvidemos esto: para abortar, hace falta toda una red de actores, instituciones y contextos. Para continuar un embarazo, basta que una mujer quiera hacerlo. Ahí empieza todo. Y ahí debería estar nuestro respeto.

isabel Salas


viernes, 30 de agosto de 2024

HOMBRES CONTRA EL ABORTO


¿Eres un hombre y estás contra el aborto?
 

Te felicito, me gusta mucho la gente que (en este mundo tan neutro y cobarde) tiene el valor de ponerse a favor o en contra de lo que sea. Y más si lo hace con pasión y sin medias tintas, convencida y orgullosa.

No soy de esas mujeres que piensa que los hombres no deben opinar sobre aborto porque no son ellos que abortan. Nada más lejos, creo que todos y todas podemos y debemos manifestarnos respecto al mundo que nos rodea. Yo, por ejemplo, no eyaculo y sin embargo emito opiniones y preferencias sobre las velocidades de la eyaculación masculina y otros asuntos que podrían parecer, en principio, ajenos a mi interés.

Supongo que además de valiente y comprometido con el derecho a la vida, también eres coherente y nunca follas sin condón para prevenir embarazos no deseados en tu compañera sexual. Sea tu esposa o alguna de tus amantes, sé que ninguna correrá jamás riesgos contigo.

Estoy segura de que jamás te acuestas con mujeres casadas, tus amantes (si las tienes) doy por hecho que son siempre solteras, ya que si fallasen la píldora o el condón, ellas tendrían problemas para explicarles a sus maridos cómo y de quién  se quedaron embarazadas y alguna, asustada (o cobarde), incluso, podría querer abortar para no perjudicar su estabilidad matrimonial. Sé que tú jamás colocarías a ninguna mujer en esa disyuntiva pues tu defensa de la vida está por encima de todo.

Por supuesto imagino que eres un gran activista en pro de un mundo lleno de oportunidades educativas y laborales para las mujeres.  La lucha por la equidad, la  igualdad de salarios y una crítica constante hacia las actitudes machistas de otros hombres, son tu seña de identidad. Enseñas a tus hijas y a tus hijos a usar preservativos, y apoyas que en las escuelas se impartan nociones básicas de control de natalidad. Siempre insistes con tus hijos varones para que no presionen a sus amigas a hacerlo a pelo. El coitus interruptus ya sabemos lo peligroso que es y tú no quieres ser abuelo todavía, ni mucho menos que un nieto tuyo sea abortado.

Ni que decir tiene que debes ser un hombre íntegro que condena a los pederastas que dejan embarazadas a niñas de diez, once o doce años en adelante. Tú, no sólo no harías nunca algo así, sino que denunciarías inmediatamente a cualquiera que estuviera abusando de menores u ofreciéndolas como prostitutas. Ya sabes que esas cosas pasan, aunque no sea en tu barrio ni entre tus amigos, todos tan cabales como tú. Estoy segura de ello y te admiro por ser tan consecuente y escoger tus amistades con tanto celo.

También apuesto a que no debes aprobar el incesto, jamás te has excitado viendo un vídeo porno donde los actores fingen ser padre e hija y entre tus amigos y parientes no hay ninguno (que te conste) capaz de una cochinada de ese calibre.

Tengo absoluta certeza de que condenas las violaciones, sean de uno en uno o de siete en siete. Ya sabes, las tan de moda “manadas” donde un grupo de degenerados violan a una mujer de cualquier edad. No suelen usar condón y el riesgo de embarazo es altísimo. Aunque algunas chicas no parecen resistirse mucho en los videos que esos cavernícolas publican en internet (tal vez sea por el pánico que las paraliza o porque son super putas), ¿Qué más da? lo importante aquí no es si esa gente se divierte o no. Lo que importa es prevenir embarazos no deseados, algo que a ti, te parece prioritario.

Yo también estoy contra el aborto, y lucho por un mundo donde las mujeres sólo se queden embarazadas cuándo y cómo lo deseen. 

Así  sabremos que las mujeres, (todas) con acceso a la educación, a la información, al dinero para los anticonceptivos de su preferencia, ciudadanas de un mundo libre donde no corren riesgo de ser violadas ni por uno ni por diez hombres, ni por su padre ni por un extraño… solamente decidirán ser madre (caso lo hagan, porque a lo mejor no quieren serlo) cuando ellas estén preparadas emocional y económicamente para ello.

En ese momento no tendremos que preocuparnos de si el aborto es algo reprobable o si la adopción es buena o no. No será un problema si las parejas gay podrán o no adoptar, pues los niños estarán con sus madres que es con quien deben estar. Ellas, simplemente, se quedarán embarazadas libremente y por decisión propia cuando deseen tener hijos. Así de sencillo.

Parece que esto puede ser nefasto para los que quieren adoptar hijos ajenos, y lo es. Bien porque son parejas homosexuales y por tanto in-fértiles o bien por ser parejas heterosexuales con problemas para concebir, no tendrán la opción de adoptar. Tanto unos como otros, ese día, tendrán que aprender a lidiar con la frustración de aceptar la realidad.

Ese día, yo estaré no sólo contra el aborto, como lo estoy hoy, sino celebrando esa gran conquista de la mujer, de cualquier edad, heterosexual o lesbiana,  de poder al fin escoger, cómo, cuándo y de qué manera ser madre o no. Sin presiones sociales, religiosas ni económicas.

El legendario “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, llevado a la realidad, sin abortos, sin violencia, sencillamente lo que siempre debió haber sido: nosotras decidimos si deseamos ser madres.

Hasta ese día, yo soy a favor de legalizar el aborto, pues sé muy bien que actualmente, muchas mujeres se quedan embarazadas sin desearlo y aunque algunas deciden tener el hijo a pesar de ser fruto de un adulterio, un incesto, el fallo de un condón o una violación, no todas piensan igual y muchas, prefieren abortar.

Hasta que las condiciones no sean las que expuse más arriba y las mujeres sólo se queden embarazadas cuando lo desean y de la manera que escogieron, sé que seguirá habiendo abortos y lo lamento mucho, pues no me gustan nada.

Sinceramente creo, cómo tú, que la vida es muy importante, tal vez NO lo más importante, pero sí mucho. Por tanto,  porque defiendo la vida, me preocupan muchas vidas, la de las otras mujeres y la de sus hijos, los ya nacidos y los por nacer.

Ni tú ni yo podremos oponernos a que las mujeres y las niñas decidan abortar pues esa decisión es de ellas, y lo harán con o sin nuestro beneplácito si deciden hacerlo. En circunstancias seguras o poniendo en riesgo sus propias vidas.

Lo único que podemos decidir tú y yo, ya que las leyes se hacen supuestamente entre todos, es si el aborto será legal o no. Defiendo el derecho de todas las mujeres del mundo de hoy (lleno de violencia y de violaciones de todos los tipos) a abortar y respeto la decisión de ellas de hacerlo o no. Yo misma nunca aborté y siempre les garanticé a mis hijas que recibiría con amor a cualquier nieto o nieta que ellas me den, (sea como sea concebido), respetando siempre que, finalmente, será decisión de ellas parirlo o no. Espero que ellas nunca necesiten considerar la posibilidad de abortar, pero soy consciente de que muchas mujeres y niñas pasan por ese trance.

¿Es una decisión dura y difícil? Sin duda. ¿Es mucho mejor no quedarse embarazada para no tener que abortar? Por supuesto. ¿Puede el mundo garantizarnos a todas que sólo nos quedaremos embarazadas cuando lo deseemos? No.

Por tanto, luchemos para que las condiciones cambien y permitan que ninguna mujer se vea en el dilema de abortar. En vez de condenarlas por hacerlo a escondidas o simplemente por hacerlo en las condiciones de hoy, pongamos nuestro esfuerzo en pro de que ninguna mujer considere el aborto una necesidad. Yo también creo que hay que luchar por la vida. Una vida mejor para todos y todas, para los que ya estamos aquí y para los que vendrán.

No creo que la condena a las mujeres y niñas que abortan, el perseguirlas, el insultarlas o el acorralarlas, sea una manera constructiva de luchar por ese mundo que deseo y que supongo deseas también. Y espero que tampoco sea esa tu forma de defender la vida, hombre que estás contra el aborto. La violencia (verbal y física) con que muchos aseguran defender la vida de los niños no nacidos, olvidándose de la vida de sus madres, no es ni más ni menos que otra forma de violencia contra las mujeres y las niñas. Ellas ya están bastante machacadas por el sistema.

Ya estamos bastante machacadas por las circunstancias.

No caigas en esa trampa.


Isabel Salas

martes, 20 de agosto de 2024

NATALIDAD Y MADRES

 La vida va mucho más allá del parto.

 


Hoy en día, el debate sobre la natalidad y la maternidad parece estar atrapado entre dos extremos: por un lado la familia tradicional, históricamente defensora de la pareja heterosexual y autoproclamados pro-vida y por otro, las otras formas de familia que también buscan moldear la conversación sobre el derecho a la vida, al aborto, a los vientres subrogados y a la crianza. 

Sin embargo, al observar más de cerca al primer grupo, resulta evidente que los llamados "pro-vida" son en realidad pro-parto. Su cacareado y vehemente interés  en defender "la vida" parece centrarse únicamente en garantizar que los embarazos lleguen a término, sin preocuparse realmente por el posterior bienestar de los niños tras el nacimiento ni por las condiciones en las que serán criados. Su defensa se limita al nacimiento, dejando a las madres, muchas veces en situaciones de extrema vulnerabilidad, solas para enfrentar el enorme reto de la crianza e incentivándolas de formas a veces sutiles y otras brutales a que llevan sus embarazos a término y den a sus hijos en adopción. No hay una preocupación genuina por asegurar que estos niños crezcan en entornos adecuados, con acceso a una educación digna, salud o estabilidad emocional junto a sus madres. En lugar de garantizar una vida plena para el niño y su mamá, la agenda pro-vida a menudo se desvincula completamente de las responsabilidades que conlleva la crianza y pasa a ser así parte de los que parecen desear que haya muchos niños disponibles para abastecer el mercado de los que dicen desear hijos

Por otro lado, las "otras formas de familia," como las homosexuales o aquellas que no pueden concebir por medios naturales, por problemas de esterilidad o de salud o de estética o incluso por falta de tiempo,  también juegan un rol en este entramado de explotación de las madres, ya que dependen de que alguna mujer, por las razones que sean, renuncie a su hijo o se vea desposeída de él a la fuerza, para que otros puedan formar la familia que desean. En estos casos, el vínculo materno-filial es roto sin mayor consideración, por jueces, servicios sociales, trabajadores sociales, agencias de madres de alquiler etc priorizando los sueños de quienes buscan tener un hijo a cualquier costo. 

Así, mientras el sistema se presenta como defensor de la vida y el derecho a formar una familia, la realidad es que estos niños a menudo son usados tras nacer y ser separados de sus madres,  para satisfacer los deseos de otros, sin que se tenga en cuenta el impacto de separar a los bebés de sus madres. 

En ambos casos, lo que subyace es una instrumentalización de los niños, tratándolos como objetos para cumplir expectativas sociales o personales, sin respetar la necesidad de las madres y sus hijos a mantener el vínculo más fuerte de todos y sin ofrecer un apoyo real para quienes deciden llevar a cabo el embarazo.

Sin embargo, lo que está completamente ausente de esta discusión es la posibilidad más lógica y justa según la propia naturaleza: que las mujeres sean quienes decidan, de manera libre y autónoma, cuándo y cómo desean ser madres.

El control de la natalidad ha sido históricamente un medio de control sobre las mujeres. Desde tiempos inmemoriales, el sistema ha tratado de regular la natalidad no por respeto a la vida, sino por el control sobre la población, y lo ha hecho a través de los cuerpos de las mujeres. Se nos ha impuesto la maternidad como un deber social, una obligación biológica y hasta sagrada, y se nos ha negado, en muchos casos, la capacidad de decidir cuándo y bajo qué circunstancias queremos ser madres.

Pero ¿qué pasaría si las mujeres por primera vez en la historia consiguiéramos adquirir ese control? ¿Qué pasaría si solo concibiéramos hijos cuando lo decidimos? ¿Qué pasaría si solo se gestaran los hijos deseados por sus madres? la respuesta es simple y poderosa: si solo nacieran los hijos que realmente son deseados por sus madres, nadie más podría disponer de ellos.

Y el tan renombrado sistema patriarcal temblaría en su base.

Hoy, los hijos, tanto los  no deseados como los deseados, están en el centro de un sistema de poder que los utiliza como herramientas. Los hijos son usados como objetos de debate entre ideologías, como piezas que garantizan la perpetuación de estructuras sociales o como oportunidades para aquellos que, por diversas razones, no pueden tener hijos y buscan “disponer” de los de otras personas. Este sistema de control que intenta dictar cómo deben vivir las mujeres, que las amenaza con perder a sus hijos si denuncian a los progenitores por haberlas golpeado a ellas o a sus hijos y qué decisiones pueden tomar sobre sus cuerpos al plantearse llevar a término una gestación o no, no es nada más que una prolongación del control patriarcal sobre la vida misma.

El debate público actual está estructurado a mi parecer con mucha perversión, para invisibilizar esta opción. Se nos coloca entre dos opciones: el modelo de la familia tradicional, que busca imponer la maternidad como un deber inalienable dentro de una pareja heterosexual, o el modelo propuesto por las "otras familias" que también usa a las madres para legitimar sus propios intereses. Pero nadie parece dispuesto a defender la  opción menos complicada y dañina: que las mujeres tengan la libertad plena de decidir ser madres cuando lo deseen, sin presiones sociales, religiosas, ni económicas y tengan la garantía de que nadie les quitará a sus hijos.

Esta opción, la de ser madre solo cuando se desea  serlo, debería ser vista no como una lucha por supuestos derechos individuales, sino como la única forma de libertad natural y ética de  realmente respetar  la vida y la dignidad de los seres humanos, tanto la de las madres como la de sus hijos y sus hijas, que al final, somos todos, pues tal  vez algunos nunca seamos  progenitores o progenitoras, pero  todos fuimos y somos hijos o hijas.

Cuando una mujer decide ser madre y lo hace libremente, en condiciones de amor, deseo y voluntad plena, la cosa cambia para la sociedad de la cual esa mujer forma parte. Si cada mujer decidiera cuándo y cómo tener hijos, tendríamos una sociedad donde cada hijo es un hijo deseado, concebido por decisión libre y consciente. Y en ese momento, desaparecería la necesidad de las batallas ideológicas que buscan apropiarse de los hijos y separarlos de sus madres. La maternidad dejaría de ser una obligación impuesta, dentro o fuera de los matrimonios y se convertiría en una experiencia genuinamente liberadora para las mujeres, con hijos que llegan al mundo desde el amor, no desde el control.

Algunos seguramente temen que esto afecte a quienes desean adoptar o a quienes no pueden concebir. Y es cierto, este cambio implicaría que las personas tendrían que lidiar con la realidad de que los hijos no son productos a disposición de quienes no pueden tenerlos biológicamente. Pero ¿no es acaso mayor que el falso  derecho de ser madre, la libertad de las mujeres de decidir cuando y cómo ser madres? repito, Si solo los hijos deseados por sus madres fueran concebidos, la sociedad tendría que adaptarse a un nuevo modelo en el que las mujeres controlarían su maternidad de manera plena y con ello la natalidad que siempre ha estado en manos masculinas.

La maternidad, como concepto, ha sido históricamente ensalzada, pero al mismo tiempo las madres han sido vilipendiadas. Esto es una triste realidad que vivimos a diario. Mientras se glorifica la idea de la maternidad como algo puro y sagrado, las madres reales, que cargan con el peso de la crianza y las expectativas sociales, son marginadas, juzgadas y controladas. Sus cuerpos criticados, sus ojeras motivo de burla, sus gritos cuando las obligan a separarse de sus bebés recién nacidos en los hospitales, silenciados por la complicidad de quienes negocian con ellos. Esto no debe continuar. Es  hora de replantearnos todos cómo vemos la maternidad, no debemos permitir que  siga siendo un sacrificio ni una imposición, sino  una elección consciente y libre de cada mujer.

El sistema debe dejar de dictar cómo y cuándo debemos ser madres. Si las mujeres pudiéramos conquistar completamente el poder sobre nuestra capacidad de procreación, podríamos liberarnos de las cadenas que nos atan a un sistema que  controla nuestras vidas a través de la natalidad. Basta recordar cuantas niñas son obligadas a casarse cada día o cuantas madres soportan malos tratos porque saben que si deciden romper el vínculo con el progenitor de sus hijos los puede perder para siempre. Cuantas mujeres se someten a situaciones insostenibles para no ser alejadas de sus hijos o ponen su cuerpo para protegerlos de los mayores abusos.

La maternidad debe ser una opción libre, decidida y deseada por las mujeres, no impuesta ni manipulada. Y cuando eso ocurra, si algún día ocurre, cuando las mujeres sean las únicas en decidir sobre su maternidad o no, desaparecerán muchas de las injusticias que hoy enfrentamos. Porque solo entonces, en un mundo donde los hijos sean deseados, respetaremos realmente la vida y el bienestar de todos y todas, hijos e hijas al fin, antes que nada en la vida.

Es hora de poner esta opción sobre la mesa, de hacerla parte del debate público y de luchar para que sea reconocida como la alternativa más humana para todas las mujeres y para la sociedad en su conjunto. Conocemos los miles de estudios que hablan del apego, de la necesidad que tenemos cuando bebés de estar al lado de madres felices y tranquilas para un perfecto desarrollo, pero no se tienen para nada en cuenta en la practica.

Sé que estamos muy lejos de tomar en serio una propuesta así y que muchos dirán que es un disparate o una locura, no importa, es una opción a considerar que abre posibilidades muy interesantes que habrían de propiciar grandes cambios muy beneficiosos para todos los niños y niñas por nacer.

Por tanto, ahí la dejo, y ojalá realmente provoque una nueva discusión sobre la verdadera labor más antigua  del mundo: ser madre. Un trabajo que se inicia en el momento de la concepción y que solo termina con la muerte. Ya que mientras viva una mujer que ha parido, ella será la madre de sus hijos, vivan estos o no, los tenga cerca o lejos. Se los dejen criar en paz o se los arranquen para beneficio de otros.


Isabel Salas

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