La vida va mucho más allá del parto.
Hoy en día, el debate sobre la natalidad y la maternidad parece estar atrapado entre dos extremos: por un lado la familia tradicional, históricamente defensora de la pareja heterosexual y autoproclamados pro-vida y por otro, las otras formas de familia que también buscan moldear la conversación sobre el derecho a la vida, al aborto, a los vientres subrogados y a la crianza.
Sin
embargo, al observar más de cerca al primer grupo, resulta evidente que
los llamados "pro-vida" son en realidad pro-parto. Su cacareado y
vehemente interés en defender "la vida" parece centrarse únicamente en
garantizar que los embarazos lleguen a término, sin preocuparse
realmente por el posterior bienestar de los niños tras el nacimiento ni
por las condiciones en las que serán criados. Su defensa se limita al
nacimiento, dejando a las madres, muchas veces en situaciones de extrema
vulnerabilidad, solas para enfrentar el enorme reto de la crianza e
incentivándolas de formas a veces sutiles y otras brutales a que llevan
sus embarazos a término y den a sus hijos en adopción. No hay una
preocupación genuina por asegurar que estos niños crezcan en entornos
adecuados, con acceso a una educación digna, salud o estabilidad
emocional junto a sus madres. En lugar de garantizar una vida plena para
el niño y su mamá, la agenda pro-vida a menudo se desvincula
completamente de las responsabilidades que conlleva la crianza y pasa a
ser así parte de los que parecen desear que haya muchos niños
disponibles para abastecer el mercado de los que dicen desear hijos
Por otro lado, las "otras formas de familia," como las homosexuales o aquellas que no pueden concebir por medios naturales, por problemas de esterilidad o de salud o de estética o incluso por falta de tiempo, también juegan un rol en este entramado de explotación de las madres, ya que dependen de que alguna mujer, por las razones que sean, renuncie a su hijo o se vea desposeída de él a la fuerza, para que otros puedan formar la familia que desean. En estos casos, el vínculo materno-filial es roto sin mayor consideración, por jueces, servicios sociales, trabajadores sociales, agencias de madres de alquiler etc priorizando los sueños de quienes buscan tener un hijo a cualquier costo.
Así, mientras el sistema se presenta como defensor de la vida y el derecho a formar una familia, la realidad es que estos niños a menudo son usados tras nacer y ser separados de sus madres, para satisfacer los deseos de otros, sin que se tenga en cuenta el impacto de separar a los bebés de sus madres.
En ambos casos, lo que subyace es una instrumentalización de los niños, tratándolos como objetos para cumplir expectativas sociales o personales, sin respetar la necesidad de las madres y sus hijos a mantener el vínculo más fuerte de todos y sin ofrecer un apoyo real para quienes deciden llevar a cabo el embarazo.
Sin embargo, lo que está completamente ausente de esta discusión es la posibilidad más lógica y justa según la propia naturaleza: que las mujeres sean quienes decidan, de manera libre y autónoma, cuándo y cómo desean ser madres.
El control de la natalidad ha sido históricamente un medio de control sobre las mujeres. Desde tiempos inmemoriales, el sistema ha tratado de regular la natalidad no por respeto a la vida, sino por el control sobre la población, y lo ha hecho a través de los cuerpos de las mujeres. Se nos ha impuesto la maternidad como un deber social, una obligación biológica y hasta sagrada, y se nos ha negado, en muchos casos, la capacidad de decidir cuándo y bajo qué circunstancias queremos ser madres.
Pero ¿qué pasaría si las mujeres por primera vez en la historia consiguiéramos adquirir ese control? ¿Qué pasaría si solo concibiéramos hijos cuando lo decidimos? ¿Qué pasaría si solo se gestaran los hijos deseados por sus madres? la respuesta es simple y poderosa: si solo nacieran los hijos que realmente son deseados por sus madres, nadie más podría disponer de ellos.
Y el tan renombrado sistema patriarcal temblaría en su base.
Hoy, los hijos, tanto los no deseados como los deseados, están en el centro de un sistema de poder que los utiliza como herramientas. Los hijos son usados como objetos de debate entre ideologías, como piezas que garantizan la perpetuación de estructuras sociales o como oportunidades para aquellos que, por diversas razones, no pueden tener hijos y buscan “disponer” de los de otras personas. Este sistema de control que intenta dictar cómo deben vivir las mujeres, que las amenaza con perder a sus hijos si denuncian a los progenitores por haberlas golpeado a ellas o a sus hijos y qué decisiones pueden tomar sobre sus cuerpos al plantearse llevar a término una gestación o no, no es nada más que una prolongación del control patriarcal sobre la vida misma.
El
debate público actual está estructurado a mi parecer con mucha
perversión, para invisibilizar esta opción. Se nos coloca entre dos
opciones: el modelo de la familia tradicional, que busca imponer la
maternidad como un deber inalienable dentro de una pareja heterosexual, o
el modelo propuesto por las "otras familias" que también usa a las
madres para legitimar sus propios intereses. Pero nadie parece dispuesto
a defender la opción menos complicada y dañina: que las mujeres tengan
la libertad plena de decidir ser madres cuando lo deseen, sin presiones
sociales, religiosas, ni económicas y tengan la garantía de que nadie
les quitará a sus hijos.
Esta
opción, la de ser madre solo cuando se desea serlo, debería ser vista
no como una lucha por supuestos derechos individuales, sino como la
única forma de libertad natural y ética de realmente respetar la vida y
la dignidad de los seres humanos, tanto la de las madres como la de sus
hijos y sus hijas, que al final, somos todos, pues tal vez algunos
nunca seamos progenitores o progenitoras, pero todos fuimos y somos
hijos o hijas.
Cuando una mujer decide ser madre y lo hace libremente, en condiciones de amor, deseo y voluntad plena, la cosa cambia para la sociedad de la cual esa mujer forma parte. Si cada mujer decidiera cuándo y cómo tener hijos, tendríamos una sociedad donde cada hijo es un hijo deseado, concebido por decisión libre y consciente. Y en ese momento, desaparecería la necesidad de las batallas ideológicas que buscan apropiarse de los hijos y separarlos de sus madres. La maternidad dejaría de ser una obligación impuesta, dentro o fuera de los matrimonios y se convertiría en una experiencia genuinamente liberadora para las mujeres, con hijos que llegan al mundo desde el amor, no desde el control.
Algunos
seguramente temen que esto afecte a quienes desean adoptar o a quienes
no pueden concebir. Y es cierto, este cambio implicaría que las personas
tendrían que lidiar con la realidad de que los hijos no son productos a
disposición de quienes no pueden tenerlos biológicamente. Pero ¿no es
acaso mayor que el falso derecho de ser madre, la libertad de las
mujeres de decidir cuando y cómo ser madres? repito, Si solo los hijos
deseados por sus madres fueran concebidos, la sociedad tendría que
adaptarse a un nuevo modelo en el que las mujeres controlarían su
maternidad de manera plena y con ello la natalidad que siempre ha estado
en manos masculinas.
La
maternidad, como concepto, ha sido históricamente ensalzada, pero al
mismo tiempo las madres han sido vilipendiadas. Esto es una triste
realidad que vivimos a diario. Mientras se glorifica la idea de la
maternidad como algo puro y sagrado, las madres reales, que cargan con
el peso de la crianza y las expectativas sociales, son marginadas,
juzgadas y controladas. Sus cuerpos criticados, sus ojeras motivo de
burla, sus gritos cuando las obligan a separarse de sus bebés recién
nacidos en los hospitales, silenciados por la complicidad de quienes
negocian con ellos. Esto no debe continuar. Es hora de replantearnos
todos cómo vemos la maternidad, no debemos permitir que siga siendo un
sacrificio ni una imposición, sino una elección consciente y libre de
cada mujer.
El
sistema debe dejar de dictar cómo y cuándo debemos ser madres. Si las
mujeres pudiéramos conquistar completamente el poder sobre nuestra
capacidad de procreación, podríamos liberarnos de las cadenas que nos
atan a un sistema que controla nuestras vidas a través de la natalidad.
Basta recordar cuantas niñas son obligadas a casarse cada día o cuantas
madres soportan malos tratos porque saben que si deciden romper el
vínculo con el progenitor de sus hijos los puede perder para siempre.
Cuantas mujeres se someten a situaciones insostenibles para no ser
alejadas de sus hijos o ponen su cuerpo para protegerlos de los mayores
abusos.
La
maternidad debe ser una opción libre, decidida y deseada por las
mujeres, no impuesta ni manipulada. Y cuando eso ocurra, si algún día
ocurre, cuando las mujeres sean las únicas en decidir sobre su
maternidad o no, desaparecerán muchas de las injusticias que hoy
enfrentamos. Porque solo entonces, en un mundo donde los hijos sean
deseados, respetaremos realmente la vida y el bienestar de todos y
todas, hijos e hijas al fin, antes que nada en la vida.
Es
hora de poner esta opción sobre la mesa, de hacerla parte del debate
público y de luchar para que sea reconocida como la alternativa más
humana para todas las mujeres y para la sociedad en su conjunto.
Conocemos los miles de estudios que hablan del apego, de la necesidad
que tenemos cuando bebés de estar al lado de madres felices y tranquilas
para un perfecto desarrollo, pero no se tienen para nada en cuenta en
la practica.
Sé que estamos muy lejos de tomar en serio una propuesta así y que muchos dirán que es un disparate o una locura, no importa, es una opción a considerar que abre posibilidades muy interesantes que habrían de propiciar grandes cambios muy beneficiosos para todos los niños y niñas por nacer.
Por
tanto, ahí la dejo, y ojalá realmente provoque una nueva discusión
sobre la verdadera labor más antigua del mundo: ser madre. Un trabajo
que se inicia en el momento de la concepción y que solo termina con la
muerte. Ya que mientras viva una mujer que ha parido, ella será la madre
de sus hijos, vivan estos o no, los tenga cerca o lejos. Se los dejen
criar en paz o se los arranquen para beneficio de otros.
Isabel Salas
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