Mostrando entradas con la etiqueta estadisticas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta estadisticas. Mostrar todas las entradas

martes, 23 de septiembre de 2025

LAS FALSAS ESTADÍSTICAS

 Cuando las cifras mienten con buena letra

 


 Las estadísticas han dejado de ser espejos  (si es que alguna vez lo fueron) para convertirse en maquillaje. La criminalidad, en particular, se ha vuelto un terreno ideal para embellecer los datos a gusto del discurso de turno. ¿Ejemplo? El tratamiento de los delitos cometidos por personas transgénero, especialmente aquellos nacidos varones que hoy se identifican como mujeres. Parece un tecnicismo, pero lo que está en juego es mucho más profundo: la percepción social de la violencia, la base sobre la que se debate y hasta las políticas que se diseñan "con evidencia".

La fórmula es simple y, por eso, tan efectiva: los registros judiciales y policiales ya no anotan al agresor según su sexo biológico, sino según cómo se autopercibe. Así, podemos tener un hombre que mata y luego se declara mujer, entra en las estadísticas como “asesina”. Lo mismo una chica que trans que lleve varios años autopercibiéndose mujer y cometa un homicidio.

La realidad es  que de cada cien personas que mueren asesinadas, hombres o mujeres, a noventa las mata un varón, pero con un solo clic, la historia de la criminología se distorsiona: esa brecha enorme entre la violencia masculina y la femenina comienza a "cerrarse"... aunque sea  solo en los gráficos. La ilusión está servida, y con ella, el discurso: las mujeres también matan, también violan, también agreden. Igualdad ante todo, incluso en el crimen. Y es cierto, pero mucho menos.

Esta manipulación no es solo un desliz técnico. Tiene efectos concretos. Si los medios repiten que aumentan los asesinatos cometidos por mujeres, la sociedad empieza a creer que la violencia ya no tiene sexo. Desaparece una verdad empírica, incómoda pero necesaria: la violencia extrema es, en su abrumadora mayoría, masculina. Y quien ose decirlo, quien se atreva a señalar el artificio, será señalado como transfóbico. Porque en esta narrativa, la crítica no se refuta: se cancela.

Para quienes trabajan con la violencia —jueces, policías, criminólogos—, este disfraz numérico no es menor. ¿Cómo identificar patrones, prever riesgos, diseñar políticas preventivas, si las variables clave se disuelven en la corrección política? ¿Qué sentido tiene hablar de agresividad, fuerza física, reincidencia, si ya no podemos siquiera decir si el autor del crimen es hombre o mujer? Convertir las estadísticas en un panfleto ideológico no es solo deshonesto. Es inútil. Es peligroso.

Sus defensores dirán que respetar la identidad de género incluso en la cárcel o en los tribunales es un gesto de dignidad. Pero los datos criminales no son el lugar para dar lecciones simbólicas. No están para hacer sentir bien a nadie. Están para describir la realidad con la mayor crudeza posible. Si la embellecemos, si la editamos para que encaje en una narrativa inclusiva, dejamos de entenderla. Y entonces, todo lo que venga detrás —desde la prevención hasta la justicia— estará construido sobre una mentira piadosa.

¿El resultado? Desconfianza social, confusión política, impunidad encubierta. Y sobre todo miedo.

Porque si un hombre puede violar y ser clasificado como “mujer”, no solo se desfigura el dato: se desfigura la realidad y se transforma  el debate en un posible "discurso de odio". 

Pero al margen de eso, cuando el debate se basa en una ficción, la verdad desaparece. Y con ella, cualquier posible justicia.

Isabel Salas

Madame Bedeau de l'Écochère 

 

COMPRA VERDE Y REZA EN SILENCIO

Vivimos en una época muy peculiar: la del capitalismo con cara de conciencia. Y la conciencia, como la paloma que soltó Moisés después del...