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domingo, 24 de agosto de 2025

EMPRENDIMIENTO COMO (AUTO)EXPLOTACIÓN

 La ideología del emprendimiento: precariedad con buena actitud.

 

Qué hermoso e inspirador, es ver a alguien pasarse dieciséis horas al día vendiendo galletas veganas por Instagram y creyendo que eso lo convierte en el nuevo Elon Musk. En realidad es un becario de sí mismo: sin vacaciones, sin seguro médico, sin vida social. Pero con actitud. Con resiliencia. Con frases motivacionales cada mañana para convencerse de que la ansiedad es estrategia y la precariedad, oportunidad. El nuevo credo del siglo XXI: explótate con una sonrisa.

Nos lo vendieron como libertad. Ser tu propio jefe, manejar tus tiempos, trabajar en pijama con café de especialidad y la laptop en la mesa de la cocina. El sueño del emprendedor moderno no es otra cosa que una versión minimalista del viejo contrato de servidumbre, solo que sin jefes visibles. No tienes patrón porque ahora el patrón eres tú. Y como eres tú, tampoco hay sindicatos, ni reclamos, ni prestaciones. Solo hay facturas, clientes que pagan tarde y un Excel que te recuerda que estás en números rojos. Pero sonríe, que eso ahora se llama “emprender”.

El truco de esta ideología es brillante: convencerte de que tu precariedad es una elección. Si trabajas sin descanso es porque “tú lo decidiste”. Si no tienes seguro médico es porque “apostaste por ti mismo”. Si no tienes vacaciones es porque “amas lo que haces”. Y si todo sale mal, la culpa nunca será del sistema, ni de la concentración obscena de la riqueza, ni de la falta de una red de seguridad. La culpa será tuya, por no esforzarte lo suficiente, por no transmitir autenticidad en tu teatro, por no manifestar lo que deseas, por no levantarte a las cinco de la mañana a hacer journaling y meditar antes de ponerte a vender jabones artesanales por WhatsApp.

El obrero precarizado era un problema político: podía organizarse, podía protestar, podía exigir. El emprendedor precarizado, en cambio, se autoflagela con frases de Paulo Coelho y lo llama “aprender del fracaso”. Cada noche sin dormir es “inversión”. Cada abuso de un cliente es “retroalimentación”. Cada vez que quiere tirarlo todo por la ventana, lo etiqueta como “resiliencia”. La explotación dejó de ser un abuso: ahora es un camino espiritual.

El capitalismo encontró la fórmula perfecta: ya no necesitas reprimir al trabajador si logras que se explote solo. Y no solo se explota: se graba haciéndolo voluntariamente☺☺☺. Instagram y TikTok están llenos de estos mártires modernos que te enseñan cómo levantarte a las cuatro de la mañana para “ganarle al día”, mientras venden cursos de productividad que aprendieron en un hilo de Twitter. Una generación de coachs sin descanso ni ingresos, pero con una estrategia de marca personal impecable.

En Estados Unidos lo llaman hustle porn: la glorificación del insomnio, de trabajar hasta desmayarse, de no tener vida personal porque “los ganadores no descansan”. Y lo exportamos encantados, como si la clave del éxito fuera no dormir nunca más. Así, la ansiedad se volvió capital, y el colapso nervioso, una medalla de honor. Lo que antes era un síntoma de explotación, hoy se viste de épica: si no sufres, no avanzas.

Mientras tanto, el sistema aplaude desde la sombra. No tiene que pagar salarios ni aguinaldos. No tiene que garantizar jubilaciones ni seguridad social. Solo observa cómo millones de personas montan su propia cárcel y la llaman libertad. Y lo más perverso: no hay conflicto, porque el explotador y el explotado son la misma persona.

El discurso del emprendimiento funciona también porque se disfraza de religión moderna. Ya no se trata solo de vender productos o servicios: se trata de venderte a ti mismo como marca, de convertir tu vida en un sermón continuo de disciplina y abundancia. Los fracasos no son económicos, son espirituales: no vibraste alto, no visualizaste con claridad, no decretaste lo suficiente. Si todo se hunde, es porque no creíste en ti. Dios murió, pero lo reemplazó el algoritmo de Instagram, que decide si tu fe es suficiente para alcanzar la abundancia.

Por eso cada emprendimiento es también un ritual. Se empieza con la consigna de “seguir tu pasión”, se atraviesa el calvario del insomnio y se termina con la liturgia del “agradece por lo que tienes, aunque no tengas nada”. El resultado: un ejército de creyentes dispuestos a trabajar gratis en nombre de un futuro que nunca llega, convencidos de que la ansiedad es un sacramento y el fracaso, un maestro.

Lo que más asusta no es la ingenuidad de los emprendedores, sino la sofisticación del sistema. Porque detrás de cada historia de autoexplotación hay un Estado feliz de lavarse las manos. ¿Para qué garantizar "derechos laborales"si puedes convencer a la gente de que no los necesita? ¿Para qué preocuparte por sindicatos si todos creen que son empresarios de sí mismos? El neoliberalismo lo logró: disolvió al trabajador en una masa de “visionarios” aislados que jamás se organizarán porque compiten unos contra otros por el mismo mercado saturado.

El emprendedor moderno no es un futuro Steve Jobs: es un becario de sí mismo. Un empleado sin sueldo fijo, sin vacaciones, sin seguro. Vive en un eterno periodo de prueba, siempre a la espera de que llegue el ascenso que nunca llega. Y cuando no aguanta más, no reclama ni denuncia: se culpa. Porque la ideología le enseñó que la precariedad es una oportunidad, y que si no lo logró es porque no creyó lo suficiente en sí mismo.

Así funciona esta trampa perfecta. El trabajo ya no es trabajo: es un sueño™. El agotamiento ya no es un síntoma: es una virtud. La explotación ya no es violencia: es resiliencia. Y la pobreza ya no es un problema político: es un error personal.

Mañana, cuando veas a alguien en redes sociales celebrando que lleva tres días sin dormir para lanzar su startup, no lo envidies. Compadécelo. No está construyendo un futuro brillante. Está puliendo las cadenas de su propia cárcel, convencido de que son joyas.

Isabel Salas 

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