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viernes, 15 de noviembre de 2024

TRANSTEORÍA: LA TEORÍA DEL TIMO

Cuando la ideología se disfraza de ciencia, hay que dudar de todo.

 
 
Me he criado escuchando sobre teorías e ideologías sin prestar mucha atención a la diferencia hasta que me he visto rodeada de gente que no sabe  reconocer a una mujer como la hembra humanas adulta y aún se ofenden y aseguran que los odias si afirmas que un sentimiento no te hace ni ruso, ni cantante ni mujer.

Así que para entender lo que está pasando me puse a estudiar, cosa que no solo no me disgusta sino que me gusta mucho. Desde la teoría de la relatividad a la ideología nazi, hay muchos ejemplos que ayudan a entender que estamos ante dos cosas completamente diferentes, no solo por el asunto que tratan sino por la manera y el propósito con que lo hacen. Y la conclusión es clara, no es lo mismo (ni de lejos) una teoría que una ideología. 

La distinción no es académica ni retórica, sino decisiva para todos nosotros. De ella depende, en gran medida, nuestra capacidad de pensar con rigor o repetir consignas. Mientras la teoría busca comprender la realidad, la ideología busca moldearla según una visión previa. La primera explica; la segunda prescribe. Y ahí empieza el problema cuando confundimos una con otra, o peor, cuando se utiliza deliberadamente el término “teoría” para imponer una ideología sin que lo parezca.

Una teoría se construye desde la observación, el análisis y la voluntad de ser refutada si los hechos la contradicen. No busca convencer, sino entender. Puede estar equivocada, pero no miente: está abierta a su propia revisión, como cualquier teoría científica,  humilde y con ganas sinceras de corregir su camino mientras avanza hacia la verdad. Una ideología, en cambio, nace de una creencia previa sobre cómo debería ser el mundo. No parte de los hechos, sino que los filtra. No busca comprender, sino justificar. No se abre al debate: se blinda en dogmas.

Esta distinción, que debería estar clara, ha sido deliberadamente borrada en los últimos años por quienes han construido uno de los artefactos discursivos más eficaces del presente: la llamada “teoría de género”.

Llamarla así es una jugada estratégica, no académica. Porque no es teoría en el sentido científico, ni filosófico clásico, ni siquiera en el sentido sociológico riguroso. No es verificable, no es falsable, no tiene estructura empírica. Es una narrativa ideológica posmoderna —heredera del estructuralismo, de los estudios culturales y de una apropiación distorsionada de ciertos discursos feministas— que pretende reinterpretar la realidad social y biológica bajo nuevos esquemas lingüísticos y morales. A diferencia del feminismo radical clásico, que centraba su análisis en la opresión basada en el sexo biológico y mantenía una crítica estructural con base material, esta ideología desplaza el eje hacia el "género" como categoría subjetiva y fluida, desligada del cuerpo y de la biología. Su fuerza no reside en la coherencia lógica ni en la contrastación empírica, sino en su utilidad política: sirve para colonizar instituciones, reformular el lenguaje y bloquear el disenso bajo una apariencia de legitimidad académica.

¿Dónde está el truco? En el lenguaje. Los ingenieros culturales que promovieron esta corriente sabían que las teorías gozan de legitimidad. Llamar “teoría” a una ideología no es solo una imprecisión: obviamente es una táctica. Al bautizarla así, lograron que se instalara en la academia, en las leyes, en los medios y en la educación como si fuera una construcción científica. Pero no lo es. No se trata de un intento de explicar objetivamente los roles sociales, sino de imponer una lectura moral y normativa de los mismos. Es decir: ideología pura.

Una de las maniobras más eficaces fue sustituir el concepto de "sexo" (base biológica verificable) por el de "género" (construcción cultural subjetiva). El desplazamiento no fue casual: al eliminar la referencia a lo biológico, todo se volvió opinable. Y si todo es opinable, quien controle el discurso controla la realidad. A partir de ahí, se reescribió el significado de hombre, mujer, familia, violencia, e incluso identidad y lo que más preocupa: madre.

Pero el asunto va más allá de una confusión conceptual. La llamada teoría de género no solo ha colonizado espacios académicos: ha contaminado movimientos que sí nacieron con fundamentos teóricos y legítimos, como el feminismo liberal o el feminismo ilustrado. Aquellos feminismos pedían igualdad ante la ley, libertad individual, acceso a la educación y a la propiedad. Cuestiones medibles y discutibles en términos racionales. Hoy, buena parte del feminismo institucional ha sido absorbido y abducido por una agenda ideológica que gira en torno a conceptos indeterminados como "patriarcado estructural", "violencia simbólica" o "identidades no binarias", y que pretende reformar la sociedad no desde la razón sino desde el resentimiento, la envidia al útero y la ingeniería lingüística.

Esta confusión, evidentemente,  no puede ser accidental. Es resultado de una estrategia bien diseñada: redefinir el marco del debate público para que quien cuestione la ideología dominante sea etiquetado de retrógrado, fascista o negacionista. Y como ya sabemos y tantos libros sobre distopías nos advirtieron, cuando el lenguaje está capturado, el pensamiento libre se vuelve subversivo.

El caso de la “teoría de género” es solo un ejemplo, pero un ejemplo paradigmático. Se ha impuesto no porque explique mejor la realidad, sino porque ha sido políticamente muy útil. Y está venciendo (de momento) no por su fuerza argumentativa ni algún "bien mayor", sino por su capacidad de camuflarse bajo la apariencia de ciencia, de progreso, de sensibilidad social.

Desde el punto de vista epistemológico, una teoría siempre estará por encima de una ideología. No porque tenga razón, sino porque acepta el riesgo de ser cuestionada y estar equivocada, por el contrario la ideología no admite ese riesgo. Por eso es peligrosa cuando se disfraza de teoría: porque clausura el pensamiento en nombre de una “verdad” incuestionable inventada con astucia.

Como hemos recordado, quien controla el lenguaje, controla el pensamiento. Y yendo un paso adelante, podemos asegurar que quien controla el pensamiento, controla la acción. Lo que hoy llamamos “teoría de género” ha sido una de las armas más eficaces en la conquista cultural del discurso público. Una ideología revestida de teoría, que ha logrado permear instituciones, corromper debates y someter el feminismo racional a una deriva sentimental y política que ha logrado sustituir al sujeto político del propio feminismo, la mujer, la hembra humana adulta.

El resultado es una confusión calculada que ha querido dejar a muchos sin palabras para defender lo evidente: que el sexo existe, que ni los niños ni sus madres somos ideas o sentimientos, y que ni las teorías ni las ideologías nos pueden borrar ni de nuestros espacios ni de nuestra realidad.

Y lo más importante, nadie debe poder acusarnos de odiar a nadie simplemente por no estar de acuerdo con sus planes para la humanidad. Mientras ellos tratan de quedarse maquiavelicamente con la exclusividad ética de definir qué es y qué no es odio, a nosotros nos corresponde defendernos de esa ingeniaría social tan dañina, que aunque venga disfrazada como el lobo de Caperucita ... hace tiempo que se le ve la patita y si te fijas bien, las garras son garras aunque venga con las uñas pintadas.

Isabel Salas

OJO POR OJO, PIXEL POR PIXEL

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