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domingo, 6 de abril de 2025

VÍCTIMAS RENTABLES



Hoy me dirijo a otras mujeres que, como yo, tuvieron necesidad en algún momento de pedir ayuda y buscar orientación por estar viviendo situaciones de riesgo, de violencia o de cualquier tipo de desastre. Amiga, abre los ojos: hay profesionales que viven del sufrimiento ajeno como si fuera una renta fija. Lo camuflan de vocación y lo visten —cínicamente— de empatía, pero lo que hacen en realidad es instalarse en tu dolor y vivir de él y de ti. No vienen a resolver nada. Vienen a quedarse.

En algunos contextos especialmente delicados —como los procesos mal llamados "de violencia de género", separaciones conflictivas, litigios por custodias o violencia institucional— estos perfiles abundan. Se presentan generalmente como terapeutas, psicólogos, abogados o mediadores, pero quédate atenta, porque pueden adoptar otras formas.

Tienen un gran talento para aparecer delante de ti como aliados, pero operan como gestores de tu desesperación. Reconozco que algunos, en realidad, no saben qué hacer: simplemente te escuchan describir una situación que profesionalmente no tienen ni el conocimiento ni la capacidad para resolver. Sin embargo, jamás te lo dirán, porque tienen que llevar el pan a su casa. Lejos de ayudarte, confesando su ignorancia y dándote la oportunidad de encontrar a alguien mejor, te hunden más aún, porque sus estrategias no funcionan y sus “consejos profesionales” te llevarán al desastre.

Hay otros (los menos) que simplemente ni tienen interés ni quieren  que salgas del problema. Porque si lo solucionan, se quedan sin cliente. No podría decirte cual de los dos es peor, el que no sabe ayudarte o el que no quiere porque un proceso largo es un goteo de dinero y de eso viven. A efectos prácticos los dos son nefastos.

Esto no es una metáfora. Es una industria. Y funciona con una lógica similar a la de los grandes laboratorios farmacéuticos: no les interesa curarte, les interesa tratarte. La cura es el final del negocio. El tratamiento indefinido es el modelo rentable.

Durante años hemos debatido —en asados con amigos, en sobremesas o en charlas de café— que las farmacéuticas, aparentemente,  no buscan eliminar enfermedades, sino cronificarlas. Que la inversión en investigación se dirige más a aliviar síntomas que a erradicar causas. Que curar no sale a cuenta. Y en los despachos de muchos profesionales del “acompañamiento”, podemos apostar que viven el mismo dilema.

Actúan perversamente. Te explican con detalle todo lo que te ocurre. Tienen un vocabulario técnico para cada etapa de tu caída. Te explican los efectos, las causas, las dinámicas. Le ponen nombre a cada uno de tus miedos y hasta catalogan las violencias que has sufrido o estás sufriendo con nombres científicos y rimbombantes. Pero no traen soluciones. No muestran salidas. No hay plan. Solo más análisis, más sesiones, más informes. Más tiempo y más dinero.

Si acudes a un médico, esperas que te diga qué tienes, sí, pero también qué puedes hacer para mejorar o no morirte.  Si vas a un dentista, no esperas una clase sobre caries,  o quien descubrió la ortodoncia, quieres saber cuanto cuesta un empaste o un tratamiento de conducto y saber si hay solución o hay que extraer. Si tu casa se está hundiendo, o le entra agua no necesitas un tratado sobre geología, o sobre los grandes errores que cometiste al escoger a tal o cual ingeniero, necesitas saber si se puede reforzar el cimiento y cuánto cuesta. Osea una estrategia profesional y objetiva de cómo resolver lo que te preocupa.

Esto es igual. Las víctimas no quieren pedagogía del trauma ni leer libros sobre lo que las está dejando empobrecidas y estresadas, con miedo o aisladas. Quieren una estrategia ganadora. Y no la encuentran.

Y es que muchas veces, la propia estructura de estas relaciones profesionales es una forma más de abuso. Un abuso encubierto, validado, incluso prestigioso. Un abuso que se esconde detrás de informes, de sesiones, de etiquetas diagnósticas y de complicidad simbólica. Pero abuso, al fin y al cabo. Un abuso sin bautizar aún, dicho sea de paso.

El gran problema es que estos intermediarios del dolor no te roban solo el dinero: te roban tiempo, esperanza y energía. Te hacen pensar que lo que te ocurre es tan complejo, tan específico y tan delicado que solo ellos pueden explicártelo. Pero no lo resuelven. Nunca. O siendo un poco condescendiente...casi nunca.

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿de qué van a vivir si tú te curas?¿de qué van a vivir si  la custodia de tu hijo se resuelve en tres días simplemente respetando los deseos del niño?

He encontrado silencios que acompañan, y  discursos que anestesian. Estamos llenas de los segundos. Gente que cuando los buscas porque tu mundo se cae te recomienda que leas sus libros sobre el tema. O te invitan a ir a sus charlas sobre el drama que vives. Ya es hora de identificar a quienes no están trabajando para tu salida, sino para su permanencia. Porque una víctima no necesita un intérprete. Necesita una llave.

Y esta gente no sabe ni siquiera mostrarte la puerta de salida.

Isabel Salas 


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