miércoles, 30 de abril de 2025

LA TRAMPA DE LA FAMILIA

La familia, más allá del mito afectivo, ha sido históricamente una estructura jerárquica funcional al poder.

 

 

La afirmación repetida hasta el hartazgo —“la familia es la base de la sociedad”— más que una verdad, es un dogma funcional al orden establecido. La hemos escuchado en todos los contextos y situaciones posibles, pero lo que nunca se explica abiertamente es: ¿qué tipo de familia?, ¿con qué función?, ¿en beneficio de quién? Y no me refiero sólo a si es heterosexual o no, monoparental o no. Mi reflexión va mucho más allá.

La familia patriarcal tradicional —mononuclear, heterosexual, jerárquica, con división rígida de roles y autoridad centralizada en el padre— no parece haber sido diseñada como refugio afectivo, creado espontáneamente a partir de sentimientos y necesidades humanas, sino como unidad de control social, reproducción ideológica y administración económica. Y esto no es algo que se me ocurrió esta mañana mientras lavaba la taza del desayuno. Es una idea que vengo pensando desde hace años.

No es un accidente que el Derecho Civil en particular, y el patriarcado en general, hayan tratado siempre a la familia como una institución regulada al milímetro. La razón de esa  aparente protección es muy sencilla: es una célula del Estado, no de la sociedad. Combatirla, o criticarla, como estoy haciendo,  no implica en modo alguno abogar por destruir los lazos afectivos o desear la disolución de los vínculos naturales entre personas que se aman, se cuidan, se desean o se necesitan. Implica cuestionar una estructura vertical, coercitiva y reproductora de dominación. Es enfrentarse a un modelo que ha naturalizado la obediencia a la autoridad por el mero hecho del parentesco, que ha servido para imponer roles de género, dividir tareas y perpetuar el dominio masculino primero, y el de “papá Estado” después. Si el primero es cuestionable, el segundo es detestable y temible.

La familia ha justificado la propiedad de los hijos por parte del Estado o del padre, según convenga. Ha operado como agente de vigilancia interna, educando en la docilidad hacia el poder externo. Decir que hay que “cuidar a la familia” suele ser el disfraz del mandato de mantener las cosas como están. Pero si esa familia es una estructura asimétrica de poder que produce sumisión, miedo, violencia y control, ¿realmente hay que cuidarla? ¿O más bien desmontarla pieza a pieza para dejar espacio a otra forma de convivencia más libre y horizontal?

No encuentro valor en preservar lo que sólo sobrevive por la costumbre o el miedo. Lo que no resiste la crítica, no merece  tanto respeto y eso debe sonar rarísimo en estos tiempos en que tantos defienden que "todas" las opiniones hay que respetarlas. Si hay que combatir la familia patriarcal por un lado y el patriarcado por el suyo...y hacerlo en serio, no es por capricho ideológico, sino porque su permanencia sigue siendo un obstáculo estructural para la libertad real de muchas personas,  tradicionalmente los niños, las niñas y sus madres y hoy ante un estado cada día más fuerte, también los hombres están conociendo el lado oscuro de su fuerza.

Por si no se han fijado, la palabra familia proviene del latín famulus, que significa sirviente o esclavo doméstico. En la Roma antigua, la familia no aludía al conjunto afectivo de padres e hijos, sino al conjunto de personas y bienes bajo la autoridad del pater familias, incluyendo esclavos, esposas e hijos. Era una estructura de dominio patriarcal absoluto, donde la vida y la muerte de sus miembros quedaban al arbitrio del jefe de familia.

Desde ese origen queda claro que la “familia” fue concebida como una unidad de producción, control y obediencia, no como un espacio de libertad o autonomía. Es decir, no ha sido el Estado moderno quien la convirtió en cárcel, sino que el modelo ya nació como jaula social. Lo que ha cambiado es quién tiene la llave: antes el patriarca, hoy el Estado.

Lo que se presenta hoy como “protección estatal de la infancia”, de las mujeres o de los ancianos, es la sustitución de una autoridad por otra, pero el principio jerárquico y controlador permanece intacto. La diferencia es que hoy se reviste de legalismo, psicologismo y retórica de derechos. La historia de las instituciones que nos rigen no es romántica ni neutral, y cuando se revisan sus raíces se desmorona el mito moderno de la “familia protectora” y del “Estado benevolente”. Ambos han sido, con diferentes formas y discursos, estructuras de domesticación del individuo.

La raíz fam- del latín no solo la encontramos en “familia”. Se vincula a un conjunto de palabras que comparten el mismo núcleo de significado relacionado con la servidumbre, la subordinación y la pertenencia al grupo doméstico bajo la autoridad del patriarca.

Famulus significa sirviente, esclavo doméstico. En Roma, el famulus era parte de la casa, pero sin libertad propia. Familiaris originalmente aludía a lo perteneciente a la casa o al servicio doméstico. Más tarde pasó a significar "íntimo" o "de confianza", porque los esclavos que vivían en la casa eran conocidos y “de confianza” del señor. El uso moderno de “familiar” es un eufemismo cultural posterior. Famulatus es el sustantivo latino que se refiere al estado de servidumbre. Famiglia (italiano), famille (francés) o family (inglés) proceden todas del mismo origen.

Aunque el sentido moderno enfatiza los lazos afectivos, la raíz semántica conserva su carga de propiedad y estructura jerárquica. La palabra fámulo (arcaísmo en español) se usaba para referirse a un criado o sirviente. Aunque está en desuso, es la forma más directa en castellano que conserva el significado original.

La palabra familiaridad, aunque hoy se asocie a confianza o trato cercano, también conserva la misma raíz: venía del entorno del dominus y sus famuli. Es decir, la “familiaridad” era el permiso que daba el amo para cruzar ciertas barreras jerárquicas dentro del entorno doméstico. Como puede verse, el núcleo común es el mismo: relación jerárquica, servicio, pertenencia o control, incluso en términos que hoy suenan cálidos o positivos. El lenguaje conserva huellas claras del orden de dominación sobre el que se construyeron nuestras instituciones sociales.

Famélico también tiene una conexión cercana. Proviene del latín famelicus, que a su vez deriva de fames (hambre). Aunque no proceda directamente de famulus, comparte la carga semántica: el famélico era casi el estado natural del sirviente o esclavo doméstico. Sin propiedad, sin autonomía, dependiendo del amo hasta para comer.

En definitiva: famélico, famulus, familia… todas orbitan alrededor de una realidad material de control, necesidad y dependencia. No son solo palabras: son reflejos lingüísticos de una organización social basada en la sumisión estructural.

El lenguaje, si se le mira de cerca, no perdona.
A lo mejor lo carga el  mismo diablo que fundó el Juzgado de familia.

Isabel Salas

lunes, 14 de abril de 2025

¿SON CADENAS NUESTROS DERECHOS?

Reflexiono sobre cómo el sistema jurídico puede utilizar nuestros pretendidos ‘derechos’ como instrumentos de sumisión institucional.

 

Niño luminoso caminando hacia la estatua de la justicia, siguiendo un sendero brillante marcado por su destino.

 

Después de transitar varias décadas por mi amado mundo, sigo aprendiendo cada día, pero también voy sacando algunas conclusiones, una de las más perturbadoras es que vivimos bajo una ficción jurídica en la cual, ingenuamente,  celebramos que los derechos nos protegen. Sin embargo, en la práctica, el Estado, (nuestro querido Estado de Derecho) usa esos mismos derechos como herramienta de control y cada vez lo hace más a las claras y con menos anestesia.

El destino vital de una persona, especialmente durante la infancia, está intervenido, dirigido y condicionado por estructuras normativas que escapan al control individual. Aunque el término "destino vital" no figura en ningún código, es una categoría político-jurídica de facto que define sin ambages qué vida puedes tener, bajo qué condiciones y con qué límites. Y ese control no está en manos de las familias ni del individuo, sino del Estado,  pues el derecho interviene directamente en los elementos que lo componen: la residencia del menor, el centro educativo y el modelo pedagógico, la custodia y régimen de visitas, la educación moral, religiosa o ideológica, los tratamientos médicos o psicológicos, y el entorno social y cultural. Estos aspectos, que definen el rumbo de vida de una persona, son regulados por normas civiles, administrativas y penales. En situaciones de conflicto o riesgo (según lo que el Estado entienda por "riesgo"), se impone el criterio estatal. Por tanto, el concepto, aunque no codificado, es operativamente gestionado por el poder judicial y administrativo, y a eso voy.

Encontré un punto que para mí es fundamental, aunque ni en el derecho español, ni en la tradición jurídica internacional en general,  se parte de la premisa de que los hijos sean propiedad del Estado, nos encontramos enseguida con una gran trampa al profundizar: se reconoce que el interés superior del menor constituye un interés público. Esa sola categoría ya basta para justificar la intervención del Estado en el ámbito familiar. El hecho de que el menor no sea propiedad estatal no impide que el Estado ejerza un dominio efectivo sobre su vida, amparado en su autodefinido deber de protección.

Por decirlo más claro, ni los niños ni nosotros, somos patrimonio del estado, pero al erigirse  dicho estado como garante de nuestros "derechos" se convierte de hecho en el dueño de nuestro destino.

Volviendo a los niños, el Estado no necesita declararse dueño del menor para actuar como tal. A través de una doctrina autojustificativa —el "interés superior del menor"— interviene, impone y restringe. Dicho sea de paso esta doctrina no es tan vieja, en realidad es un invento reciente en el cual profundizaré otro día.

Primero, ejerce un control total sobre los derechos fundamentales del menor: educación, custodia, relación afectiva, entorno ideológico, etc., con base en su propia interpretación del interés del menor. Segundo, mantiene un monopolio absoluto sobre la definición y alcance de esos derechos: es el Estado quien los otorga, los interpreta y los restringe según convenga. Tercero, subordina la patria potestad a su criterio: los progenitores ya no tienen una autoridad natural, sino condicional, sujeta a criterios normativos impuestos desde fuera. Y cuarto, deja en manos de los jueces un margen de discrecionalidad que en la práctica se convierte en arbitrariedad. En los procesos contenciosos, el interés del menor se enuncia pero no se demuestra, y las decisiones se adoptan sin exigencia real de motivación.

Esto último es gravísimo, pues el interés superior del menor opera como una cláusula de cierre. Confiere legitimidad a cualquier decisión judicial sin necesidad de fundamentación sólida. Aunque en casi todas las Constituciones existe un  artículo que exige la motivación de las resoluciones, en la práctica se repiten fórmulas genéricas, no se ofrecen pruebas ni criterios objetivos verificables, y la falta de estándares claros permite una discrecionalidad sin freno. La impugnación se convierte en una misión casi imposible. El juez actúa con un poder sin contrapeso, bajo la apariencia de protección.

La estructura legal contemporánea ni siquiera reconoce la autonomía familiar como un derecho inviolable. Reconoce una delegación precaria: los padres pueden criar a sus hijos solo si lo hacen conforme al marco ideológico y normativo del Estado. En cuanto se desvían, el Estado actúa, corrige o directamente sustituye su criterio.

Por tanto no se trata de propiedad formal, sino de poder real. El Estado ejerce un dominio efectivo sobre el destino vital de los menores, disfrazado de protección y legitimado por una retórica de derechos. El derecho nunca  es una garantía de libertad, sino una arquitectura de sumisión. La infancia ha sido convertida en un territorio intervenido, y la familia en una institución subsidiaria. El ciudadano nace subordinado o tal vez entra al sistema cuando sus padres lo registran, tras el parto, como un ciudadano más pensando que así garantizarán sus derechos.

Y sí, los derechos quedan garantizados, lo que nadie les advierte en el registro civil es que con ese  procedimiento están cediendo su libertad. Y que el bien común, determinado por el estado, estará por encima de su propio bien, aunque lo llamen "superior". Lo peor es que todo esto ocurre sin que (en principio) haga falta violencia visible, y sin que nadie tenga que irrumpir en casa por la fuerza, aunque a veces pasa. Basta con un sello, una resolución y una doctrina bien decorada. Porque cuando el sometimiento se disfraza de derecho, ya no hace falta imponerlo: lo celebramos. Y la violencia institucional sustituye a la justicia.

Y para terminar, creo que debemos hacernos cada día más conscientes de que todo esto no es un fallo pasajero ni un déficit de voluntad política, sino el funcionamiento normal de un sistema que, lejos de corregirse, permanece estable gracias a su propia lógica de control. Personalmente no albergo ilusión alguna de que exista cualquier reforma posible.  

Posiblemente yo no lo vea, pero supongo que en algún momento caerá esta pantomima que, día tras día, sacrifica la libertad bajo el pretexto de la protección. Cuando esa arquitectura de sumisión se desplome, de una vez por todas, podremos buscar otra forma de organización social, tal vez un estado de Equidad  que sustituya al estado de derecho. 

O quién sabe un estado de Justicia, sin tres poderes intocables, sino muchos más, que permitan una mayor participación ciudadana, más control sobre los jueces, y exija más responsabilidad para sus errores y los errores de ,los legisladores, menos fueros que protejan a unos pocos y en fin... todo lo que hoy nos arrastra como un lastre hacia un fondo sin fin (seguramente) porque el derecho a flotar aún no existe.

Isabel Salas

 

La familia, más allá del mito afectivo, ha sido históricamente una estructura jerárquica funcional al poder. Aquí lo analizamos  LA TRAMPA DE LA FAMILIA

 

Imagínate cómo se sienten las víctimas cuando no las creen pero saben que son útiles para que otros se beneficien       VÍCTIMAS RENTABLES 

martes, 8 de abril de 2025

ENTUSIASMO CIEGO


Hace días leí una frase de Rudolf Steiner que me hizo pensar durante horas. La frase dice: "Quien no conoce el alma humana en profundidad puede convertir el bien en veneno sin quererlo." Una frase corta y sencilla que encierra un mundo, como tantas de las que dejó en sus libros. Leer a Steiner me recordó leer a José Ingenieros en El hombre mediocre, páginas de sabiduría que no importa por dónde las abras ni qué párrafo elijas... siempre habrá algo importante e impactante a lo que dedicar horas de reflexión. Lejos de ser simples frases, ambos condensan en ellas profundas lecciones de vida.

Con esta frase en concreto, a la que hago referencia al inicio del texto, puedo decir que he tenido la experiencia personal de comprobarlo. Movida por un impulso sincero de ayudar, en más de una ocasión me he lanzado a asistir a otros sin poseer aún el conocimiento claro, ni la madurez necesaria, no sólo del alma humana sino del tema en concreto que afligía a esa persona, fuera, económico, legal o moral. No siento culpa por ello, pero sí valoro un aprendizaje que ha calado hondo: el impulso de ayudar, cuando nace solo del entusiasmo y no de un conocimiento profundo, puede terminar alimentando precisamente aquello que se pretende combatir.

Cuando lo descubres, duele. No porque la acción haya sido malintencionada, sino porque fue prematura. Steiner lo comprendía con compasión: el querer ayudar sin haber trabajado primero en uno mismo a menudo fortalece las mismas fuerzas que esclavizan al otro. Así de sencillo y así de grave. Dicho con otras palabras en otro de sus libros, quien no conoce el alma humana puede, aun con la mejor intención, envenenar lo que quería sanar.

Este fenómeno es más frecuente de lo que percibimos ya que el sufrimiento ajeno despierta espontáneamente en todos el deseo de intervenir, de aportar luz, de ofrecer apoyo. Y en su raíz, ese impulso es bello. Pero si no está guiado por una verdad probada en la propia vida, como he visto varias veces, el entusiasmo se convierte en ceguera proyectada: se ofrecen palabras que no han sido forjadas en la experiencia, se guían caminos no recorridos hasta el final, se intenta salvar a otros de situaciones que uno mismo aún está aprendiendo a atravesar. Si me obligo a pensar bien, puedo conceder que ese impulso no siempre nace de la vanidad ni la ganancia, sino de la bondad sin estructura, de la urgencia noble pero inmadura. Pero para eso debo hacer un gran esfuerzo porque he visto a muchos "expertos" aconsejando o guiando profesionalmente o no, a otros, al abismo.

Allá ellos con las consecuencias de sus actos y yo de los míos. Me pregunto, ¿qué hacer entonces cuando uno advierte que ha actuado de este modo? Mi respuesta intuitiva es no escondernos de nosotros mismos. Mirar de frente lo que se ha hecho y, sobre todo, no culparse, sino entender y agradecer la lección. Porque ahora se sabe algo que antes se ignoraba: que el amor, para ser eficaz, necesita ser acompañado de sabiduría; que no todo aquel que pide guía, ayuda, dinero o un consejo está listo para recibir lo que está pidiendo, y que no todo aquel que pretende guiar está verdaderamente capacitado para hacerlo. Cuesta mucho hacerlo pero en verdad es valioso.

Por otro lado, me alivia recordar que todo gesto realizado de corazón, aun si fue torpe, es visto en el mundo espiritual. Y allí, además, la intención verdadera que nos lleva a actuar es claramente comprendida. En mi caso, estoy aprendiendo a analizar esos actos pasados y convertir ese análisis en lo más parecido a una oración que sé hacer: "Lo hice con sinceridad, aunque sin claridad. Hoy lo comprendo mejor. Quiero aprender a actuar no solo con buena intención, sino también con conocimiento y verdad."

Este proceso de autotransformación, que imagino que todos vivimos antes o después, nos conduce a una cuestión más profunda aún: el equilibrio entre la responsabilidad madura y la urgencia de la vida. Porque si bien es cierto que no basta la buena intención y que se requiere preparación interior antes de influir en otros, también es verdad que la vida no siempre concede el tiempo necesario para alcanzar una madurez completa en temas concretos. He vivido situaciones en las que actuar, incluso desde la imperfección, era necesario. La exigencia de Steiner, así como la de José Ingenieros en El hombre mediocre, es una invitación a la humildad y a la prudencia pero nunca a la parálisis. Hoy entiendo que no se trata de esperar a ser perfectos antes de movernos, sino de actuar con plena conciencia de nuestros límites, sin arrogancia, y con la disposición de aprender en el camino.

Hoy veo la vida como un campo de prueba permanente. Hay que actuar, vivir, tomar decisiones, sí, pero no de cualquier manera: no desde la ceguera del entusiasmo puro, sino desde una búsqueda honesta de comprensión y profundidad. Y siempre con una voluntad sincera de afinarnos antes de decirles a los demás cómo deben tocar.

No es un error lanzarse a ayudar sin ser del todo capaz. Es un paso natural de quien tiene fuego en el corazón. Los tibios tal vez nunca se la jueguen y se equivoquen menos, pero sin duda prefiero meter la pata corriendo por un prado lleno de agujeros, mientras trato de resolver un drama, que mirar desde la silla o a través de una pantalla como otros actúan, caen y se levantan.

Isabel Salas

lunes, 7 de abril de 2025

RENTABLE VICTIMS

Some doors don’t open. Others are just part of the trap.


 

Today, I address other women who, like me, have at some point needed to seek help and guidance while facing situations of risk, violence, or any kind of disaster. Friend, open your eyes: there are professionals who live off others' suffering as if it were a fixed income. They disguise it as vocation and cynically dress it in empathy, but what they actually do is settle into your pain and live off it—and off you. They don't come to resolve anything. They come to stay.

In particularly delicate contexts—such as the so-called "gender violence" processes, contentious separations, custody disputes, or institutional violence—these profiles abound. They often present themselves as therapists, psychologists, lawyers, or mediators, but stay alert, as they can take other forms.

They have a great talent for appearing before you as allies, but they operate as managers of your despair. I acknowledge that some genuinely don't know what to do: they simply listen to you describe a situation they professionally lack the knowledge or capacity to resolve. However, they will never admit this, because they need to put bread on their table. Far from helping you by confessing their ignorance and giving you the chance to find someone better, they drag you down further, because their strategies don't work, and their "professional advice" will lead you to disaster.

Others (the fewer) simply have no interest in or desire for you to get out of the problem. Because if they solve it, they lose a client. I couldn't tell you which is worse: the one who can't help you or the one who doesn't want to because a long process means a steady drip of money, and that's what they live on. Practically speaking, both are disastrous.

This is not a metaphor. It's an industry. And it operates with logic similar to that of big pharmaceutical companies: they're not interested in curing you; they're interested in treating you. The cure is the end of the business. Indefinite treatment is the profitable model.

For years, we've debated—in barbecues with friends, over coffee chats—that pharmaceutical companies, apparently, don't aim to eliminate diseases but to make them chronic. That investment in research is more directed at alleviating symptoms than eradicating causes. That curing isn't profitable. And in the offices of many "support" professionals, we can bet they face the same dilemma.

They act perversely. They explain in detail everything that's happening to you. They have technical vocabulary for each stage of your downfall. They explain the effects, the causes, the dynamics. They name each of your fears and even catalog the violences you've suffered or are suffering with scientific and bombastic names. But they don't bring solutions. They don't show exits. There's no plan. Just more analysis, more sessions, more reports. More time and more money.

If you go to a doctor, you expect them to tell you what's wrong, yes, but also what you can do to get better or not die. If you go to a dentist, you don't expect a class on cavities or who discovered orthodontics; you want to know how much a filling or a root canal costs and whether there's a solution or extraction is needed. If your house is sinking or leaking, you don't need a treatise on geology or on the big mistakes you made choosing this or that engineer; you need to know if the foundation can be reinforced and how much it costs. In other words, a professional and objective strategy to resolve what's worrying you.

This is the same. Victims don't want trauma pedagogy or to read books about what's leaving them impoverished and stressed, fearful or isolated. They want a winning strategy. And they can't find it.

And the thing is, many times, the very structure of these professional relationships is another form of abuse. A covert, validated, even prestigious abuse. An abuse that hides behind reports, sessions, diagnostic labels, and symbolic complicity. But abuse, nonetheless. An abuse yet to be named, by the way.

The big problem is that these intermediaries of pain don't just steal your money: they steal your time, hope, and energy. They make you think that what's happening to you is so complex, so specific, and so delicate that only they can explain it to you. But they don't resolve it. Never. Or, being a bit condescending... almost never.

The question is uncomfortable but inevitable: what will they live on if you heal? What will they live on if your child's custody is resolved in three days simply by respecting the child's wishes?

I’ve encountered silences that truly accompany, and discourses that only numb. We are surrounded by the latter. People who, when you come to them with your life falling apart, recommend reading their books on the subject. Or invite you to attend their talks about the very drama you’re living.

It’s time to identify those who are not working for your escape, but for their own permanence. Because a victim doesn’t need an interpreter. She needs a key.
And these people don’t even know where the door is.

Isabel Salas


domingo, 6 de abril de 2025

VÍCTIMAS RENTABLES



Hoy me dirijo a otras mujeres que, como yo, tuvieron necesidad en algún momento de pedir ayuda y buscar orientación por estar viviendo situaciones de riesgo, de violencia o de cualquier tipo de desastre. Amiga, abre los ojos: hay profesionales que viven del sufrimiento ajeno como si fuera una renta fija. Lo camuflan de vocación y lo visten —cínicamente— de empatía, pero lo que hacen en realidad es instalarse en tu dolor y vivir de él y de ti. No vienen a resolver nada. Vienen a quedarse.

En algunos contextos especialmente delicados —como los procesos mal llamados "de violencia de género", separaciones conflictivas, litigios por custodias o violencia institucional— estos perfiles abundan. Se presentan generalmente como terapeutas, psicólogos, abogados o mediadores, pero quédate atenta, porque pueden adoptar otras formas.

Tienen un gran talento para aparecer delante de ti como aliados, pero operan como gestores de tu desesperación. Reconozco que algunos, en realidad, no saben qué hacer: simplemente te escuchan describir una situación que profesionalmente no tienen ni el conocimiento ni la capacidad para resolver. Sin embargo, jamás te lo dirán, porque tienen que llevar el pan a su casa. Lejos de ayudarte, confesando su ignorancia y dándote la oportunidad de encontrar a alguien mejor, te hunden más aún, porque sus estrategias no funcionan y sus “consejos profesionales” te llevarán al desastre.

Hay otros (los menos) que simplemente ni tienen interés ni quieren  que salgas del problema. Porque si lo solucionan, se quedan sin cliente. No podría decirte cual de los dos es peor, el que no sabe ayudarte o el que no quiere porque un proceso largo es un goteo de dinero y de eso viven. A efectos prácticos los dos son nefastos.

Esto no es una metáfora. Es una industria. Y funciona con una lógica similar a la de los grandes laboratorios farmacéuticos: no les interesa curarte, les interesa tratarte. La cura es el final del negocio. El tratamiento indefinido es el modelo rentable.

Durante años hemos debatido —en asados con amigos, en sobremesas o en charlas de café— que las farmacéuticas, aparentemente,  no buscan eliminar enfermedades, sino cronificarlas. Que la inversión en investigación se dirige más a aliviar síntomas que a erradicar causas. Que curar no sale a cuenta. Y en los despachos de muchos profesionales del “acompañamiento”, podemos apostar que viven el mismo dilema.

Actúan perversamente. Te explican con detalle todo lo que te ocurre. Tienen un vocabulario técnico para cada etapa de tu caída. Te explican los efectos, las causas, las dinámicas. Le ponen nombre a cada uno de tus miedos y hasta catalogan las violencias que has sufrido o estás sufriendo con nombres científicos y rimbombantes. Pero no traen soluciones. No muestran salidas. No hay plan. Solo más análisis, más sesiones, más informes. Más tiempo y más dinero.

Si acudes a un médico, esperas que te diga qué tienes, sí, pero también qué puedes hacer para mejorar o no morirte.  Si vas a un dentista, no esperas una clase sobre caries,  o quien descubrió la ortodoncia, quieres saber cuanto cuesta un empaste o un tratamiento de conducto y saber si hay solución o hay que extraer. Si tu casa se está hundiendo, o le entra agua no necesitas un tratado sobre geología, o sobre los grandes errores que cometiste al escoger a tal o cual ingeniero, necesitas saber si se puede reforzar el cimiento y cuánto cuesta. Osea una estrategia profesional y objetiva de cómo resolver lo que te preocupa.

Esto es igual. Las víctimas no quieren pedagogía del trauma ni leer libros sobre lo que las está dejando empobrecidas y estresadas, con miedo o aisladas. Quieren una estrategia ganadora. Y no la encuentran.

Y es que muchas veces, la propia estructura de estas relaciones profesionales es una forma más de abuso. Un abuso encubierto, validado, incluso prestigioso. Un abuso que se esconde detrás de informes, de sesiones, de etiquetas diagnósticas y de complicidad simbólica. Pero abuso, al fin y al cabo. Un abuso sin bautizar aún, dicho sea de paso.

El gran problema es que estos intermediarios del dolor no te roban solo el dinero: te roban tiempo, esperanza y energía. Te hacen pensar que lo que te ocurre es tan complejo, tan específico y tan delicado que solo ellos pueden explicártelo. Pero no lo resuelven. Nunca. O siendo un poco condescendiente...casi nunca.

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿de qué van a vivir si tú te curas?¿de qué van a vivir si  la custodia de tu hijo se resuelve en tres días simplemente respetando los deseos del niño?

He encontrado silencios que acompañan, y  discursos que anestesian. Estamos llenas de los segundos. Gente que cuando los buscas porque tu mundo se cae te recomienda que leas sus libros sobre el tema. O te invitan a ir a sus charlas sobre el drama que vives. Ya es hora de identificar a quienes no están trabajando para tu salida, sino para su permanencia. Porque una víctima no necesita un intérprete. Necesita una llave.

Y esta gente no sabe ni siquiera mostrarte la puerta de salida.

Isabel Salas 


Si quieres seguir leyendo te propongo esta  reflexión FEMINISMOS Y MADRES

lunes, 31 de marzo de 2025

TRIZAS DE COLORES

 El músculo aductor y otras formas de decir no.

 

¿Os acordáis  cuando la profesora sin previo aviso sacaba la caja de tizas de colores?
Era como una fiesta. Algo especial. Las tizas caras de escribir cosas raras, fuera de lo común. No sé vosotros, pero yo hasta hoy recuerdo como me impactó ver lamelibranquios escrito en verde claro. Lo que hasta ese día habían sido  simples almejas y coquinas flotando en las paellas, se convirtieron en bichos guardados dentro de un caparazón con dos valvas laterales, generalmente simétricas, unidas por una bisagra y ligamentos. Supe que dichas valvas se cierran por acción de uno o dos músculos aductores.
 
Me pareció tan sexual lo de aquellos músculos. Erótico, salvaje. Pero no dije nada. En esa época yo creía que era una enferma mental obsesionada con imágenes pornográficas y que sólo yo veía que las almejas parecían órganos sexuales femeninos como los míos y que lo de valvas y vulvas también parecía la misma cosa. Una broma de un científico super salido. Con el tiempo también supe que mucha gente  hizo esa relación entre lamelibranquios y mujeres.
 
Menos mal, me sentí más normal.
Menos sola. 
 
Aprendí que las mujeres también tienen  conchas bivalvas, que se se cierran cuando están enfadadas con sus hombres. Que el músculo que cierra la entrada en la vagina es el corazón, y cuando está hecho trizas se vuelve arisco. Y se te quitan las ganas de abrir tus caparazones bilabiales.
 
De abrir tus piernas.
De abrir tu boca.
 
Y te metes dentro de tu concha triste. Con tu pena negra. Y te preguntas  si venden cajitas de trizas de colores para amenizar tanto disgusto.
 
¡Joder!
Tanto disgusto


lunes, 17 de marzo de 2025

THOMAS AQUINAS: PATRON SAINT OF PIMPS

 A few notes on the contradictions between sanctity and reason, theology and double standards.

 


 

 

 

Thomas Aquinas —Doctor of the Church, canonical figure of scholastic philosophy, architect of the grand synthesis between faith and reason— has been celebrated for centuries as an intellectual beacon of Christian thought. I’m not here to question whether he was brilliant or not. He knew Aristotle, logic, metaphysics, theology. The man knew many things. Just not much about women, love, or sex. But he wrote about them anyway.

The interesting part is that you don’t even need to deconstruct his arguments with a modern lens or point out the contradictions as if this were some undergrad debate. It’s enough to simply read what he said —and take it seriously. Which, ironically, is what the Church least does when celebrating his legacy. How exactly does one reconcile his title of “Angelic Doctor” with statements like woman is a defective male? Or the notion that brothels are necessary to keep society from… becoming even more corrupt?

Yes, dear Thomas believed —and wrote without flinching— that woman was not created as an end in herself, but rather as a reproductive helper, since man was already complete for everything else. In his famous Summa Theologiae, he gifts us gems like this one:

“Woman is a misbegotten male, an error of nature, produced by defective active force or by some weakness in the father's seed.”

This statement, which today could easily pass for something posted by a teen lost in misogynist forums, has for centuries been read in cloisters and lecture halls with furrowed brows and solemn reverence. Really? Not one Pope has thought to reconsider his pedestal? Not one flicker of doubt under that crown of sanctity?

And it’s not just about medieval biology disguised as eternal dogma. Let’s go back to brothels. Aquinas defended the idea that it was better for men to release their sexual urges in organized prostitution than to risk social disorder. In his view, brothels were the sewers of society. I quote:

“Remove the brothels, and lust will sweep through society like a flood.”

A theology of repression, neatly channeled. Prostitution as a tool for social stability. Lovely. What a guy. How many times —and still today— have authorities turned a blind eye to prostitution precisely because of this perverse logic?

What’s both fascinating and disturbing is that these weren’t fringe opinions of their time that we can now file away with a shrug and a “those were different days.” These were, and still are, foundational elements of theological vision —used to justify centuries of female subordination. These weren’t just opinions: they became doctrine. And not just any doctrine, but that of one of the Church’s most influential thinkers, whose work remains required reading in seminaries and universities around the world.

So when today’s champions of “natural order” quote Aquinas to defend eternal truths about sex and gender, you can’t help but wonder: have they actually read their master? Or do they just enjoy wielding his name like a sword of authority when it suits them? Don’t they have sisters? Daughters? Mothers? Let’s assume they do —because we all do.

Because if we’re going to apply Thomistic logic consistently, we’d also have to accept that women are biologically inferior, that their role is secondary in the history of salvation, and that it’s reasonable to maintain institutionalized avenues of sin just to protect male virtue. Is this the moral foundation we’re still clinging to? Doesn’t it sound suspiciously similar to covering women from head to toe so they don’t tempt the poor fragile holy men?

Thomas Aquinas should absolutely be studied with the rigor he deserves. But also with a bit more critical thinking —the bare minimum required of any serious contemporary reading. He’s not an untouchable totem. He was what he was: a thinker of his time, with notable contributions in some areas, and monumental errors in others. Especially when it came to women.

It would be interesting to ask him —if Heaven has a complaints department— whether he ever imagined that his words would someday be used to defend prostitution as just another job, or to legitimize commercial surrogacy, while completely ignoring his ideas about wombs being malfunctioning ovens.

Was Thomas a genius? I doubt it. True genius, in my view, lives closer to the Good —yes, that capital-G good that lifts us without moralizing, that brings joy and dignity without sanctimony. Was he a textbook misogynist? Absolutely. Like so many “great men” of history. Maybe even a closeted gay man, as many bitter misogynists have turned out to be. We’ll never know. What’s clear is that if we continue quoting him without context, without critique, and without conscience, then we’re not doing theology or philosophy. We’re just reinforcing centuries-old double standards with new packaging.

Perhaps it’s time to seriously and urgently review the global saint rankings, because some of those placements make no sense. And Aquinas is surely not the only one. In his case, as in others, it seems there’s far more lobbying than merit.

So the next time someone quotes the patron saint of brothels as a moral authority… feel free to question the credibility of anyone defending the indefensible —whether they know it or not.

 

Isabel Salasj



OJO POR OJO, PIXEL POR PIXEL

La última trinchera: apagar la cámara.  Black Mirror no era ficción. Era ensayo general.   Esta mañana me desperté y encontré  un montón de ...