domingo, 6 de abril de 2025

VÍCTIMAS RENTABLES



Hoy me dirijo a otras mujeres que, como yo, tuvieron necesidad en algún momento de pedir ayuda y buscar orientación por estar viviendo situaciones de riesgo, de violencia o de cualquier tipo de desastre. Amiga, abre los ojos: hay profesionales que viven del sufrimiento ajeno como si fuera una renta fija. Lo camuflan de vocación y lo visten —cínicamente— de empatía, pero lo que hacen en realidad es instalarse en tu dolor y vivir de él y de ti. No vienen a resolver nada. Vienen a quedarse.

En algunos contextos especialmente delicados —como los procesos mal llamados "de violencia de género", separaciones conflictivas, litigios por custodias o violencia institucional— estos perfiles abundan. Se presentan generalmente como terapeutas, psicólogos, abogados o mediadores, pero quédate atenta, porque pueden adoptar otras formas.

Tienen un gran talento para aparecer delante de ti como aliados, pero operan como gestores de tu desesperación. Reconozco que algunos, en realidad, no saben qué hacer: simplemente te escuchan describir una situación que profesionalmente no tienen ni el conocimiento ni la capacidad para resolver. Sin embargo, jamás te lo dirán, porque tienen que llevar el pan a su casa. Lejos de ayudarte, confesando su ignorancia y dándote la oportunidad de encontrar a alguien mejor, te hunden más aún, porque sus estrategias no funcionan y sus “consejos profesionales” te llevarán al desastre.

Hay otros (los menos) que simplemente ni tienen interés ni quieren  que salgas del problema. Porque si lo solucionan, se quedan sin cliente. No podría decirte cual de los dos es peor, el que no sabe ayudarte o el que no quiere porque un proceso largo es un goteo de dinero y de eso viven. A efectos prácticos los dos son nefastos.

Esto no es una metáfora. Es una industria. Y funciona con una lógica similar a la de los grandes laboratorios farmacéuticos: no les interesa curarte, les interesa tratarte. La cura es el final del negocio. El tratamiento indefinido es el modelo rentable.

Durante años hemos debatido —en asados con amigos, en sobremesas o en charlas de café— que las farmacéuticas, aparentemente,  no buscan eliminar enfermedades, sino cronificarlas. Que la inversión en investigación se dirige más a aliviar síntomas que a erradicar causas. Que curar no sale a cuenta. Y en los despachos de muchos profesionales del “acompañamiento”, podemos apostar que viven el mismo dilema.

Actúan perversamente. Te explican con detalle todo lo que te ocurre. Tienen un vocabulario técnico para cada etapa de tu caída. Te explican los efectos, las causas, las dinámicas. Le ponen nombre a cada uno de tus miedos y hasta catalogan las violencias que has sufrido o estás sufriendo con nombres científicos y rimbombantes. Pero no traen soluciones. No muestran salidas. No hay plan. Solo más análisis, más sesiones, más informes. Más tiempo y más dinero.

Si acudes a un médico, esperas que te diga qué tienes, sí, pero también qué puedes hacer para mejorar o no morirte.  Si vas a un dentista, no esperas una clase sobre caries,  o quien descubrió la ortodoncia, quieres saber cuanto cuesta un empaste o un tratamiento de conducto y saber si hay solución o hay que extraer. Si tu casa se está hundiendo, o le entra agua no necesitas un tratado sobre geología, o sobre los grandes errores que cometiste al escoger a tal o cual ingeniero, necesitas saber si se puede reforzar el cimiento y cuánto cuesta. Osea una estrategia profesional y objetiva de cómo resolver lo que te preocupa.

Esto es igual. Las víctimas no quieren pedagogía del trauma ni leer libros sobre lo que las está dejando empobrecidas y estresadas, con miedo o aisladas. Quieren una estrategia ganadora. Y no la encuentran.

Y es que muchas veces, la propia estructura de estas relaciones profesionales es una forma más de abuso. Un abuso encubierto, validado, incluso prestigioso. Un abuso que se esconde detrás de informes, de sesiones, de etiquetas diagnósticas y de complicidad simbólica. Pero abuso, al fin y al cabo. Un abuso sin bautizar aún, dicho sea de paso.

El gran problema es que estos intermediarios del dolor no te roban solo el dinero: te roban tiempo, esperanza y energía. Te hacen pensar que lo que te ocurre es tan complejo, tan específico y tan delicado que solo ellos pueden explicártelo. Pero no lo resuelven. Nunca. O siendo un poco condescendiente...casi nunca.

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿de qué van a vivir si tú te curas?¿de qué van a vivir si  la custodia de tu hijo se resuelve en tres días simplemente respetando los deseos del niño?

He encontrado silencios que acompañan, y  discursos que anestesian. Estamos llenas de los segundos. Gente que cuando los buscas porque tu mundo se cae te recomienda que leas sus libros sobre el tema. O te invitan a ir a sus charlas sobre el drama que vives. Ya es hora de identificar a quienes no están trabajando para tu salida, sino para su permanencia. Porque una víctima no necesita un intérprete. Necesita una llave.

Y esta gente no sabe ni siquiera mostrarte la puerta de salida.

Isabel Salas 


Si quieres seguir leyendo te propongo esta  reflexión FEMINISMOS Y MADRES

lunes, 31 de marzo de 2025

TRIZAS DE COLORES

 El músculo aductor y otras formas de decir no.

 

¿Os acordáis  cuando la profesora sin previo aviso sacaba la caja de tizas de colores?
Era como una fiesta. Algo especial. Las tizas caras de escribir cosas raras, fuera de lo común. No sé vosotros, pero yo hasta hoy recuerdo como me impactó ver lamelibranquios escrito en verde claro. Lo que hasta ese día habían sido  simples almejas y coquinas flotando en las paellas, se convirtieron en bichos guardados dentro de un caparazón con dos valvas laterales, generalmente simétricas, unidas por una bisagra y ligamentos. Supe que dichas valvas se cierran por acción de uno o dos músculos aductores.
 
Me pareció tan sexual lo de aquellos músculos. Erótico, salvaje. Pero no dije nada. En esa época yo creía que era una enferma mental obsesionada con imágenes pornográficas y que sólo yo veía que las almejas parecían órganos sexuales femeninos como los míos y que lo de valvas y vulvas también parecía la misma cosa. Una broma de un científico super salido. Con el tiempo también supe que mucha gente  hizo esa relación entre lamelibranquios y mujeres.
 
Menos mal, me sentí más normal.
Menos sola. 
 
Aprendí que las mujeres también tienen  conchas bivalvas, que se se cierran cuando están enfadadas con sus hombres. Que el músculo que cierra la entrada en la vagina es el corazón, y cuando está hecho trizas se vuelve arisco. Y se te quitan las ganas de abrir tus caparazones bilabiales.
 
De abrir tus piernas.
De abrir tu boca.
 
Y te metes dentro de tu concha triste. Con tu pena negra. Y te preguntas  si venden cajitas de trizas de colores para amenizar tanto disgusto.
 
¡Joder!
Tanto disgusto


lunes, 17 de marzo de 2025

THOMAS AQUINAS: PATRON SAINT OF PIMPS

 A few notes on the contradictions between sanctity and reason, theology and double standards.

 


 

 

 

Thomas Aquinas —Doctor of the Church, canonical figure of scholastic philosophy, architect of the grand synthesis between faith and reason— has been celebrated for centuries as an intellectual beacon of Christian thought. I’m not here to question whether he was brilliant or not. He knew Aristotle, logic, metaphysics, theology. The man knew many things. Just not much about women, love, or sex. But he wrote about them anyway.

The interesting part is that you don’t even need to deconstruct his arguments with a modern lens or point out the contradictions as if this were some undergrad debate. It’s enough to simply read what he said —and take it seriously. Which, ironically, is what the Church least does when celebrating his legacy. How exactly does one reconcile his title of “Angelic Doctor” with statements like woman is a defective male? Or the notion that brothels are necessary to keep society from… becoming even more corrupt?

Yes, dear Thomas believed —and wrote without flinching— that woman was not created as an end in herself, but rather as a reproductive helper, since man was already complete for everything else. In his famous Summa Theologiae, he gifts us gems like this one:

“Woman is a misbegotten male, an error of nature, produced by defective active force or by some weakness in the father's seed.”

This statement, which today could easily pass for something posted by a teen lost in misogynist forums, has for centuries been read in cloisters and lecture halls with furrowed brows and solemn reverence. Really? Not one Pope has thought to reconsider his pedestal? Not one flicker of doubt under that crown of sanctity?

And it’s not just about medieval biology disguised as eternal dogma. Let’s go back to brothels. Aquinas defended the idea that it was better for men to release their sexual urges in organized prostitution than to risk social disorder. In his view, brothels were the sewers of society. I quote:

“Remove the brothels, and lust will sweep through society like a flood.”

A theology of repression, neatly channeled. Prostitution as a tool for social stability. Lovely. What a guy. How many times —and still today— have authorities turned a blind eye to prostitution precisely because of this perverse logic?

What’s both fascinating and disturbing is that these weren’t fringe opinions of their time that we can now file away with a shrug and a “those were different days.” These were, and still are, foundational elements of theological vision —used to justify centuries of female subordination. These weren’t just opinions: they became doctrine. And not just any doctrine, but that of one of the Church’s most influential thinkers, whose work remains required reading in seminaries and universities around the world.

So when today’s champions of “natural order” quote Aquinas to defend eternal truths about sex and gender, you can’t help but wonder: have they actually read their master? Or do they just enjoy wielding his name like a sword of authority when it suits them? Don’t they have sisters? Daughters? Mothers? Let’s assume they do —because we all do.

Because if we’re going to apply Thomistic logic consistently, we’d also have to accept that women are biologically inferior, that their role is secondary in the history of salvation, and that it’s reasonable to maintain institutionalized avenues of sin just to protect male virtue. Is this the moral foundation we’re still clinging to? Doesn’t it sound suspiciously similar to covering women from head to toe so they don’t tempt the poor fragile holy men?

Thomas Aquinas should absolutely be studied with the rigor he deserves. But also with a bit more critical thinking —the bare minimum required of any serious contemporary reading. He’s not an untouchable totem. He was what he was: a thinker of his time, with notable contributions in some areas, and monumental errors in others. Especially when it came to women.

It would be interesting to ask him —if Heaven has a complaints department— whether he ever imagined that his words would someday be used to defend prostitution as just another job, or to legitimize commercial surrogacy, while completely ignoring his ideas about wombs being malfunctioning ovens.

Was Thomas a genius? I doubt it. True genius, in my view, lives closer to the Good —yes, that capital-G good that lifts us without moralizing, that brings joy and dignity without sanctimony. Was he a textbook misogynist? Absolutely. Like so many “great men” of history. Maybe even a closeted gay man, as many bitter misogynists have turned out to be. We’ll never know. What’s clear is that if we continue quoting him without context, without critique, and without conscience, then we’re not doing theology or philosophy. We’re just reinforcing centuries-old double standards with new packaging.

Perhaps it’s time to seriously and urgently review the global saint rankings, because some of those placements make no sense. And Aquinas is surely not the only one. In his case, as in others, it seems there’s far more lobbying than merit.

So the next time someone quotes the patron saint of brothels as a moral authority… feel free to question the credibility of anyone defending the indefensible —whether they know it or not.

 

Isabel Salasj



domingo, 16 de marzo de 2025

TOMÁS DE AQUINO: SANTO PATRÓN DE LOS PROXENETAS

Una lectura crítica sobre las contradicciones entre la veneración y las ideas, entre el dogma y la doble moral.

 

Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, figura canónica de la filosofía escolástica, arquitecto de la síntesis entre fe y razón, ha sido considerado durante siglos un faro intelectual para el pensamiento cristiano. Y no vengo a cuestionar si fue tan brillante o no. Profundo conocedor de Aristóteles, la lógica, la metafísica y la teología. Un hombre que sabía mucho de muchas cosas. Menos de mujeres, de amor y de sexo. De eso no sabía mucho, pero escribió igual.

Lo interesante es que no hace falta desmontar sus argumentos con perspectiva moderna ni señalar cada contradicción como si estuviéramos en un debate escolar. Basta con leer lo que dijo y tomarlo en serio, lo cual, paradójicamente, es lo que menos hace la Iglesia cuando celebra su legado. ¿Cómo conciliar su título de “Doctor Angélico” con afirmaciones como que la mujer es un varón defectuoso? ¿O que los burdeles son necesarios para que la sociedad no se corrompa… más?

Sí, el bueno de Tomás pensaba —y lo escribió sin miedo— que la mujer fue creada no como fin principal, sino como ayuda para la reproducción, porque para todo lo demás ya estaba el varón. En su famosa Summa Theologiae, nos regala perlas como esta: “La mujer es un hombre fallido, un error de la naturaleza, producido por una virtud activa defectuosa o por un estado enfermizo del semen paterno.

Esta afirmación, que hoy en día parecería escrita por un adolescente con acceso a foros misóginos, ha sido, y es,  leída durante siglos en claustros académicos con el ceño fruncido de la veneración. ¿En serio? ¿A ningún Papa se le ha ocurrido todavía bajarlo del pedestal? ¿Arrancarle aunque sea un rayito de luz a su corona de santo?

Y no todo es biología medieval disfrazada de dogma eterno. Volviendo a los prostíbulos: Tomás defendía que era preferible que los hombres descargaran sus impulsos sexuales en prostíbulos antes que alterar el orden social. En resumen: mejor pecar con método que provocar el caos. En su lógica, el prostíbulo era comparable a las alcantarillas de una ciudad. Cito: “Quita los burdeles de la sociedad y agitarás todo con la lujuria.”

Una teología de la represión canalizada. Prostitución como instrumento de estabilidad social. Qué bonito. Qué gran chico. ¿Cuántas veces habrán hecho —y siguen haciendo— las autoridades la vista gorda a la prostitución gracias (o por culpa) de esta visión tan perversa?

Lo fascinante —y perturbador— es que estas ideas no son un desliz de época que podemos archivar con un “era otro tiempo”. Fueron y son parte constitutiva de la visión teológica que se ha usado para justificar siglos de subordinación femenina. No se trataba solo de una opinión: era doctrina. Y no cualquier doctrina, sino la de uno de los pensadores más influyentes de la Iglesia, cuya obra sigue siendo material obligatorio en seminarios y universidades.

Cuando los actuales paladines del “orden natural” citan a Tomás de Aquino para defender verdades inmutables sobre el sexo o el género, una no puede evitar preguntarse: ¿se han leído bien a su maestro? ¿O solo les gusta usar su nombre como espada de autoridad cuando les conviene? ¿Tienen hermanas? ¿Hijas? ¿Madres? Doy por hecho que sí, porque todos tenemos la nuestra.

Porque claro, si vamos a aplicar la lógica tomista con coherencia, habría que aceptar también que las mujeres son biológicamente inferiores, que su papel es secundario en la historia de la salvación, y que para preservar la virtud masculina es razonable mantener abiertos ciertos canales institucionalizados de pecado. ¿Esto es lo que queremos mantener como fundamento moral? ¿No se parece demasiado a lo que hacen algunos tapando a las mujeres de arriba a abajo para que no molesten ni tienten a los santos varones?

La figura de Tomás de Aquino debería ser estudiada con todo el rigor que merece, sí, pero también con un pensamiento un poquito más crítico, como exige cualquier lectura contemporánea. No es un tótem incuestionable, sino lo que fue: un pensador de su tiempo, con notables aportes en algunos campos y errores monumentales en otros. Especialmente cuando hablaba de mujeres.

Sería interesante preguntarle —si el cielo tiene buzón de quejas— si alguna vez pensó que sus palabras serían usadas siglos después para defender la prostitución como un trabajo cualquiera, o para capitalizar los vientres subrogados, mientras se ignoran sus ideas sobre que el útero es un horno defectuoso.

¿Fue Tomás un genio? Lo dudo. La verdadera genialidad, para mí, siempre está más cerca del bien de lo que Aquino nunca llegó. Ese BIEN mayor con todas las letras mayúsculas que sin ñoñerías ni sensiblería barata nos saca sonrisas y gratitud del alma. ¿Fue un misógino de manual? Eso seguro. Como los ilustrados y otros "grandes hombres" que tanto daño han hecho. Tal vez incluso, podría ser un homosexual metido en su armario, como tantos misóginos resentidos han resultado ser. Todas esas dudas se quedan sin respuesta, pero lo que sí me parece claro es que si seguimos citándolo sin contexto, sin crítica y sin conciencia, lo que estamos haciendo no es filosofía ni teología, sino simplemente doble o triple moral al servicio de una narrativa que nunca debió sostenerse. Posiblemente habría que revisar urgentemente y con lupa el ranking mundial de santos, porque hay algunos puestos que no se entienden y el de Aquino no debe ser el único. En su caso, como en otros, hay más lobby que méritos.

Y cuando escuches a alguien citar al patrón de los lupanares como figura de autoridad moral...pemítete el derecho de poner en duda los argumentos de alguien que defiende lo indefendible, sabiéndolo o no.

 

Isabel Salas

domingo, 9 de marzo de 2025

MULTICULTURALIDAD IMPUESTA


La  tan cacareada multiculturalidad, impuesta a Europa desde hace años como un valor que exalta la diversidad y promueve valores de inclusión, merece, sin duda,  una segunda y una tercera revisión crítica  que, a día de hoy, no está siendo permitida ni incentivada. Nos la han presentado como un avance moral, como el signo de una sociedad madura y tolerante, pero en la práctica se ha venido convirtiendo en un proceso de desintegración donde solo una de las partes, la europea de raíz cristiana, está siendo obligada a renunciar a su historia, sus comidas, sus tradiciones y su fe.

Lo más increíble es que a los pueblos de Europa no se les ha consultado si desean abrir sus puertas a costumbres ajenas, a religiones incompatibles con sus valores, o a normas de convivencia o vestimenta que desdibujan el alma cultural que los ha sostenido durante siglos. La multiculturalidad que se ha promovido no nace espontáneamente de una migración natural, ni del respeto mutuo ni mucho menos del diálogo sincero, sino desde el turbio propósito de una ingeniería social que evidentemente, parece buscar la disolución de lo que aún queda de identidad espiritual, cohesión familiar y conciencia histórica en las sociedades europeas de raíz cristiana.

Obviamente no estamos ante un fenómeno natural. Es política. Es proyecto. Y es, según muchos valoramos, peligroso.

El cristianismo, y esto hay que decirlo sin miedo, ha modelado las bases éticas de la civilización occidental. Ha dado a la humanidad principios como la dignidad individual, el valor del perdón, la defensa de la conciencia, la separación progresiva entre lo espiritual y lo temporal, y una cultura del amor que ha transformado lentamente los impulsos más brutales de la historia. Aunque se hayan cometido errores y aunque existan episodios oscuros como la Inquisición, el cristianismo ha sido capaz de evolucionar hacia una visión más elevada del ser humano, precisamente porque se sabe guiado por un mensaje que trasciende el poder y el tiempo: el mensaje de Cristo.

A menudo se trae a colación la Inquisición para descalificar esta herencia, por eso es necesario hablar con datos y contexto. La Inquisición española, en sus más de 350 años de existencia, produjo entre  3.000 y 5.000 ejecuciones. En toda Europa, las distintas inquisiciones no suman más de 50.000 muertes. No son cifras aceptables, y tristemente existen, pero sí deben ser puestas en su marco histórico: siglos de guerras religiosas, castigos civiles atroces, y sistemas judiciales embrionarios. La Iglesia, en muchos casos y aunque cueste creerlo, fue más garantista que los tribunales civiles. Además, la propia tradición cristiana produjo autocrítica, promovió la revisión, el perdón público, y todas las reformas profundas que nos han traído a la actualidad.

Ahora bien, comparemos esto con los sistemas legales y religiosos de raíz islámica que aún hoy, en pleno siglo XXI, se practican y no como excepción sino como norma: el matrimonio infantil, la lapidación por adulterio, la pena de muerte a homosexuales, la persecución de apóstatas y cristianos, el castigo corporal en la vía pública, y la absoluta subordinación de la mujer entre otros. Todo esto con sustento teológico y amparo estatal. Hay países donde aún hoy cualquier niña de  6 a 15 años puede ser entregada forzosamente en matrimonio, o donde un hombre puede golpear a su esposa o a la esposa de otro con 100 latigazos, por mandato divino. Países donde decir “soy cristiano” puede costarte la vida, y donde el Estado y la religión son uno solo.

Según la Lista Mundial de la Persecución 2025 publicada por la organización Puertas Abiertas, los siguientes países presentan los niveles más altos de persecución hacia los cristianos, incluyendo casos de violencia extrema y asesinatos debido a su fe: Corea del Norte​, Somalia, Yemen Libia, Sudán​, Eritrea​, Nigeria​, Pakistán​, Irán​ y Afganistán. Aún no han incluido a Siria pero sabemos que allí la persecución a cristianos y a otros grupos está siendo feroz.

Concretamente en países como Irán, Arabia Saudita o Yemen, ser homosexual o renunciar al islam puede significar la ejecución pública. No estamos hablando de errores del pasado, sino de prácticas presentes, institucionales y sistemáticas, según los datos y estadísticas públicas que dispongo para sustentar mis afirmaciones.

Y, sin embargo, desde los micrófonos de Occidente, se nos repite que todas las culturas valen lo mismo. Que hay que respetar todas las opiniones y culturas. Que cuestionar estas prácticas es intolerancia y que oponerse a su entrada sin filtro es xenofobia. Que hablar, en resumen, contra la multiculturalidad es odio. Pero nadie está obligando al mundo islámico a aceptar nuestros valores en sus países. Nadie promueve multiculturalismo en Arabia Saudita o en Pakistán. Nadie defiende allí el “derecho a la diferencia”. Solo se le exige a Europa la adaptación forzosa, abrirse, callar, financiar y ceder.

Esta imposición constante debilita la conciencia colectiva, desarma la defensa espiritual de los pueblos, y somete a la sociedad a un relativismo destructor. No se trata de odiar al diferente, de hecho ni yo misma ni nadie de mi entorno ha expresado jamás  odio, se trata sí, de defender con firmeza lo verdadero. Y hay verdades que no pueden negociarse y no todos los valores son iguales. No es lo mismo la compasión que la lapidación. Y para afirmar esto me remito a las palabras de Cristo, "quién esté libre de pecado que tire la primera piedra".

No es lo mismo el respeto a la conciencia que la pena de muerte por apostasía. En concreto, no es lo mismo el mensaje de Jesucristo que el de la Sharía. Y decirlo no es odio: es responsabilidad y sentido de la preservación de nuestra vida y nuestros principios.

Si Europa quiere sobrevivir como civilización viva, tiene que recordar lo que la hizo grande: su raíz cristiana, su ética de la libertad, su compasión estructurada en el bien, su amor por la verdad. No se trata de imponer esa visión a los demás, sino de dejar de pedir perdón por ella. Y de ejercer el derecho de admisión que todo pueblo libre debe tener sobre su cultura, su tierra y sus hijos. No se trata de rechazar al otro. Se trata de preguntarnos por qué solo nosotros debemos ceder. ¿Por qué debemos borrar nuestras cruces, silenciar nuestras campanas, dudar de nuestras raíces para que el otro se sienta cómodo en nuestra casa o en nuestras escuelas? ¿Por qué se exige respeto a culturas que no respetan, acogida a religiones que no acogen en sus lugares de origen, y sumisión a ideologías que no dialogan?


El cristianismo ha sido y, aún es, el alma de Europa. Le dio hospitales, universidades, arte, ciencia, una ética del perdón y de la conciencia. Hoy Europa se arrodilla,  calla y paga. Europa se deshace porque la multiculturalidad que nos han impuesto no es encuentro entre iguales: es una rendición unilateral. No es convivencia: es una lenta amputación de nuestra identidad. Se nos prohíbe incluso pensarlo, discutirlo o escribirlo, y si lo hacemos fácilmente podemos ser injustamente acusados de intolerantes, de racistas o retrógrados.

Y sin embargo, decir la verdad no es odio y por mucho que lo repitan no lo será. Como dice un bello y sabio refrán africano, por mucho que el tronco flote, nunca será cocodrilo. El odio es un sentimiento muy difícil de detectar y de diagnosticar, pero es muy fácil callar la voz de quienes no aplauden las políticas impuestas cuando el que detenta el poder te puede acusar, juzgar y condenar  por "crimen de odio".

Europa no necesita leyes sobre el odio. Necesita memoria. Necesita valor para mirar lo que ha sido y decidir si desea seguir existiendo. Porque si todo se acepta, si todo se iguala, si todo se impone menos lo nuestro, entonces nada queda. Y quien ya no sabe quién es, no puede defender nada, ni siquiera a sus hijos y su legado. Me amparo en el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos y en el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, según el cual tengo derecho a expresar opiniones críticas, incluso si son polémicas, contrarias al discurso oficial o molestas para otros. Este texto no contiene, ni en su letra ni en su espíritu, ningún tipo de incitación al odio, a la violencia, a la discriminación o al desprecio hacia personas por su religión, raza, nacionalidad u origen cultural. 

Al contrario, las observaciones aquí expuestas constituyen una crítica legítima y necesaria a ciertas políticas públicas, modelos ideológicos y prácticas institucionalizadas que afectan la identidad de las sociedades europeas de raíz cristiana.

Se habla aquí de hechos documentados, de experiencias colectivas y de un llamado urgente a la reflexión cultural profunda. No se ataca a individuos ni se menoscaba la dignidad de ninguna persona. Sin embargo, este texto defiende el derecho de todo pueblo —como lo han hecho históricamente otros— a conservar su identidad, proteger de forma serena sus raíces, y manifestar sus valores sin ser censurado, acusado ni obligado al silencio.


Isabel Salas

domingo, 2 de marzo de 2025

HORMIGAS Y LÁGRIMAS

Hay ovejas que parecen nubes y psicólogos que parecen manchas de flujo en bragas de putas. Parece raro, pero así es.

No suelo comentar esas cosas con nadie porque la mayoría de la gente que conozco es capaz de tumbarse en un prado a mirar las nubes y buscarles parecido con corderos y elefantes pero jamás se ponen a mirar ovejas con la misma intención (y mucho menos observan psicólogos tratando de ver a que mancha se parecen).
 
Por lo que sea, así son las cosas. 

Por eso me callo, para no molestar, para no ser siempre la "rara" que comenta lo que los otros ni se atreven a pensar. Por bondad y también por poseer un cierto grado de altruismo protector. No quiero que la gente se asuste, prefiero que los que me rodean sigan buscando ovejas en el cielo, tan tranquilos, mientras yo busco nubes en los erizos o en las hormigas del patio.

Por cierto, por mi acera también pasan todos los días varias hormigas y una de ellas, chiquita y fuerte, me llama siempre la atención. Me recuerda, en cierto modo, una de esas nubes de tormenta cargada de rayos. En la fila de hormigas suele ser la tercera y siempre pasa sonriendo arrastrando pedacitos de hojas o gotitas de agua. Si te fijas bien la verás haciendo un saludo  medio militar con su bracito libre.

Tengo ganas de inventarle una religión para que pueda tener un día de fiesta a la semana y descansar como otros animales hacen, pero no sé si puedo inventarme una religión así porque sí, sin más, lo mismo hay que tener diploma o algo, no lo sé.

Si un día puedo, lo haré, le inventaré una religión bonita llena de leyes y días de fiesta que ayude a mi hormiga a ser feliz, la guíe hacia su cielo y me quite a mí esa pesadumbre gris de ver como trabaja los domingos y los viernes santos como si el descanso no existiera.

La diferencia de tamaño entre nosotras, impide que ella y yo nos podamos fundir en unos de esos abrazos navideños tan entrañables. Una pena. Me encantaría abrazarla mirándola a los ojos acto seguido para que vea cuanto la quiero. Nuestras miradas se llenarían de lágrimas y tal vez se oyesen violonchelos.

Nos sentaríamos después ella y yo a mirar las lagrimitas con mucha atención y trataríamos de adivinar a qué se parecen. Ya sabéis que las hay que parecen ballenas con patines y otras psicólogos pintores.

Lo pasaríamos genial.

Isabel Salas

miércoles, 19 de febrero de 2025

¿EMPATÍA REAL O DE MANUAL?

 


No creo que sea sólo una impresión mía. Realmente vivimos rodeados de una cultura donde se ha normalizado el discurso superficial hasta un grado que llega a ser ofensivo. En los medios, en redes sociales y hasta en conversaciones cotidianas, proliferan las frases prefabricadas, el optimismo forzado y los eslóganes vacíos. Ante cualquier señal de descontento, enfermedades o problemas de cualquier tipo, lo que vemos es una  falsa empatía. Una reacción casi automática de quitarle importancia a las manifestaciones que incomodan. Se trata de evitar el malestar ajeno para que no nos afecte o nos haga sentir molestos. Mirar de frente el dolor, lo complejo, lo que no tiene arreglo, incomoda. Por eso se lo cubre con una sonrisa hueca y un "todo pasa" que no significa nada.

La pregunta "¿cómo estás?" se ha vaciado de sentido si es que alguna vez lo tuvo. No es una pregunta real, es una fórmula. Lo que se espera es una respuesta neutra, sin profundidad ni sinceridad. Esperamos una excusa para seguir con otra cosa. Si la conversación, por algún motivo,  amenaza con ponerse seria, llega enseguida una frase comodín: un lugar común disfrazado de consejo. "Todo pasa", "hay que ser positivos", "la vida es así". Respuestas automáticas que no escuchan, no piensan, no respetan. Frases que no lo parecen pero hieren, que no se dicen para ayudar, sino para cerrar la conversación.

Este tipo de reacción banaliza la experiencia ajena. No reconoce el sufrimiento, busca desactivarlo. Convierte el dolor en algo molesto y lo usa como una oportunidad para repetir eslóganes de autoayuda. Es, en fin,  una forma de silenciamiento. Y esto ha llevado a la gente a entender una triste verdad, si no finges que estás bien, molestas. Si hablas con seriedad, incomodas. Si nombras lo que duele, hay quien corre a esconderse detrás de una frase hecha.

Pero algo parece estar cambiando. Me parece (y espero no equivocarme) que cada vez hay más personas que no tragan con eso. Que no quieren frases, ni maquillajes, ni una positividad obligatoria. Personas que exigen conversaciones sinceras, sin adornos, sin condescendencia. Que están dispuestas a hablar en serio, a escuchar sin hastío ni rechazo y a sostener lo que pesa. 

¿Qué pasaría si cuando nos preguntan cómo estamos respondiéramos con la verdad? ¿Qué pasaría si cuando preguntamos a los demás, escucháramos con verdadero interés lo que nos cuentan? Tal vez no todo el mundo lo aguantaría, pero al menos sabríamos con quién se puede hablar de verdad y con quién no.

Quizá ese espacio de verdadera escucha nunca fue la norma, y lo que hoy vivimos no es más que la confirmación brutal de esa carencia. Pero tanto si se trata de inventarlo como de recuperarlo, ese espacio es hoy más necesario que nunca. No para ofrecer soluciones a todo, que ni pedimos ni nos piden, sino para expresar con honestidad lo que a veces basta: "qué situación tan difícil", "cuánto lo lamento", "debe ser muy duro lo que estás viviendo", "te deseo fuerza para enfrentarlo". Escuchar de verdad, nombrar lo que duele sin apurarlo ni taparlo, y mostrar empatía real, no de manual. Olvidarnos de repetir esas frases hechas que nos aíslan  y nos asustan.

Mi objetivo es que este lugarcito, desde el que respondo sobre cosas que nunca me preguntaron, no sea nunca parte del complot que le pone parches de dopamina a tu dedo.

Isabel Salas


OJO POR OJO, PIXEL POR PIXEL

La última trinchera: apagar la cámara.  Black Mirror no era ficción. Era ensayo general.   Esta mañana me desperté y encontré  un montón de ...